21 diciembre 2011

Una canción de muerte y vida (II)


Segunda parte del cuento de Navidad en el que reaparecen personajes de 1387 - Libro 1. Melkart, Astarté y Baal son recibidos por el rey Herodes...
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- Es uno de los rojos –murmuró la reina al entrar.
- Pues parece más heleno que hebreo –declaró el fornido Melkart.
Herodes el Grande era, en efecto, “uno de los rojos”, descendiente del pueblo edomita fundado por Esaú. Sin embargo, y como notaba Melkart (siempre más dispuesto a comprender las diferencias culturales), se había cultivado en la tradición de la Hélade y se sentía cómodo entre los romanos.
El anciano rey les recibió con todo lujo en los detalles: música, baile, presentes, perfumes en el aire… Atento a sus invitados, en cuanto percibió que los reyes comenzaban a estar cansados del despliegue, ordenó a todo el mundo que se retirara. Incluso los guardias esperaron fuera de la estancia.
- Os rogamos que nos disculpéis si se han alargado demasiado las celebraciones. Sin duda estaréis cansados por el viaje: por favor, disfrutad de la casa de baños y alojaos en nuestro pequeño palacio tanto tiempo como deseéis: será un tiempo de honor para todos…
- No nos demoraremos demasiado -indicó Baal.
- ¡Ah! Tenéis prisa por llegar a vuestro destino. ¿Os esperan quizás para unos desposorios? -claramente allí era donde Herodes quería llevar la conversación-. Tres nobles reyes, incluyendo a una excelsa dama, cabalgando sin sus séquitos. Es realmente insólito.
- Nuestros pajes se adelantaron –intervino Melkart-. Las caravanas se mueven más lentas, así que partieron antes.
Herodes parecía convencido con la mentira, pero quería ir más allá:
- Lo comprendemos. Y sin embargo, estamos seguros que algo llamó vuestra atención para confluir aquí, ¿verdad?
Aquí sí que les cogió desprevenidos. Baal, Melkart y Astarté habían coincidido por casualidad en Jerusalén, ¿o quizás no? Y sin embargo el rey Herodes parecía convencido de que no era así, de que había una razón concreta. Recordando las palabras de Baal, y dejándose llevar por la intuición, Astarté aventuró:
- Miramos a las alturas, y vimos una señal.
- Un prodigio –apuntó Melkart.
- Un prodigio –siguió Astarté-. Algo importante iba a ocurrir.
- ¡Ah! –no había duda de que esto era precisamente lo que Herodes esperaba-. Nos entendemos, Nos entendemos. Nos también miramos… pero no vimos. Escuchamos… y entonces sí que oímos. Se dice que el Mesías del pueblo hebreo puede estar a punto de nacer.
- Yo he oído lo mismo –respondió Astarté impulsivamente… antes de ver la mirada desorbitada que le dirigía Baal-. Aunque se ha dicho muchas veces.
- Pero ésta, no hay duda, será la correcta. Porque nunca antes tres reyes habían llegado hasta nuestro palacio atraídos por el rumor. Porque lo habéis visto en las estrellas, así que sois magos. Yo –la emoción embargaba el rey, que abandonó las fórmulas mayestáticas-, yo quiero presentarme ante ese niño, ante el que ha de ser el nuevo señor de todas estas tierras. Nada me llenaría más, nada me haría más feliz, que poder postrarme ante el niño-rey. Pero nadie me ha sabido decir dónde ha de nacer. Si lo encontráis, os ruego, ¿podéis informarme para que pueda mostrarle mi aprecio, pedir la bendición de su madre y honrar a su padre por los siglos que han de venir?
A Melkart le conmovió la transformación del rey, aquella piadosa muestra de humildad. Iba a decir algo, pero Baal le interrumpió.
- Sin duda, majestad. Os juramos que os revelaremos a vos, y a nadie más, el lugar donde ese niño se encuentre, pues habéis adivinado correctamente que ese era el propósito de nuestro viaje. No de otra manera podríamos pagaros vuestra excelsa ayuda en esta etapa final del recorrido –Herodes parecía satisfecho, y asintió cuando Baal siguió-. Partiremos mañana, y una vez hayamos prestado nosotros homenaje al nuevo rey, volveremos y os haremos partícipes de la noticia.
Con un sencillo movimiento de la mano, el rey les despidió, y los extranjeros partieron a sus aposentos. Melkart le pasó el brazo por los hombros a Baal, y conversando en su idioma, que nadie por allí entendía, le felicitó, relajado:
- Tienes mano para tratar con estos reyes, truhán. Se notaba que Herodes estaba contento.
Astarté también sonreía, pero lo que dijo tenía un tono más grave:
- Les has mentido, ¿verdad?
- Por supuesto que le he mentido. Éste patán estaba a punto de jurarle algo parecido, pero a diferencia de él, a mí no me importa romper el juramento.
Melkart no se llegó a sentir dolido, estaba demasiado desconcertado.
- Pe… pero…
Al llegar a los aposentos, el rey Baal se dirigió a uno de los guardias de honor que les escoltaban, lo llevó aparte y le susurró:
- Habéis cumplido bien con vuestra labor, los aposentos son dignos de nuestra presencia –entonces, empleando una fracción de su poder, añadió-. No volveréis a visitarnos en toda la noche. Por la mañana, explicaréis que nos escoltasteis personalmente por una ruta discreta hasta el camino del Norte –una semilla negra salió del iris del rey y se fundió en el ojo del guardia-. Contarás lo que te he dicho a cuantos guardias requieras para confirmar tu historia, y ellos creerán lo mismo que tú. Ahora, vete.
Cuando los guardias se hubieron marchado, Baal cerró la puerta de los aposentos desde dentro.
- Una implantación –apreció Astarté-. Te lo tomas en serio.
- Esto os tiene que quedar muy claro a partir de ahora: ese rey, ese Herodes, es un hombre muy, muy peligroso. Creedme: tiene el corazón más negro que he visto en mi vida.
- Me parecía un hombre normal –dijo Melkart-. Pomposo, quizás, pero mejor que muchos reyes. Me ha parecido notar que ha tenido que cortar algunas cabezas para llegar a donde está pero… ¡Reyes! –se encogió de hombros, como si la propia palabra lo explicara todo.
- Melkart. ¡Melkart! No te estoy hablando de lo que haya hecho: eso es lo que ves tú. Te hablo de lo que es capaz de hacer, y en ese punto me tenéis que escuchar. Yo sé el mal que se esconde en el alma de los Hombres. Y si Herodes ha acabado con una estirpe entera para sentarse en ese trono, ahora que le falta tan poco para morir será capaz de cualquier cosa para asegurarse de que sus descendientes siguen ahí. Matará a hombres, a reyes, incluso a dioses si lo cree oportuno.
- ¿No te diste cuenta –apuntó Astarté- que sabía que habíamos llegado de puntos distintos?
- Es su deber estar al corriente de lo que pasa en su país. Si otros tres reyes atraviesan sus tierras, es normal que le informen.
- De acuerdo –concedió Baal-, pero ¿de verdad te tragaste su fascinación por “el Mesías”? Un rey que ha de superarlos a todos, Melkart. No quiere adorarlo, ¡quiere matarlo!

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