26 marzo 2014

El Festival de los Cerezos/3

Cuando las cosas se hubieron calmado un poco, Ikari habló:
- Debo agradeceros a ambos vuestro empeño -empezó a buscar en su bolsa de viaje-. Baba Wakahisa, os habia traido un bonito arreglo floral, pero siento que estas viles criaturas lo han echado a perder.

Su mueca de descontento al ver el estropicio divirtió a la bruja del pelo blanco:
- Flores ensangrentadas. Muy oportunas -las aceptó-. Seréis mis invitados y volveréis conmigo a Koyotei cuando haya terminado los preparativos, me tomarán aún un par de días. Es extraño -reflexionó-. No: es absurdo. Esos apestosos son malvados y rencorosos, pero son criaturas subterráneas, odian la luz del sol. ¿Por qué iban a venir aquí a pleno día? -miraba con atención la orgía de sangre que sus visitantes habían esparcido en legítima defensa por el claro-. No siento que hubiera manipulación mágica en ellos.
- ¿Qué sabeis de ellos? -inquirió Kousei, empezando a buscar en los cadáveres alguna explicación para su comportamiento: no eran jorobados como al principio les había parecido, sino que llevaban ocultas pequeñas mochilas en las que guardaban objetos de muy distinta procedencia, y en la mayoría de casos claramente fabricadas para seres de tamaño humano-. ¿Suelen ser tan violentos?
- Son mites -explicó ella-. Yokai menores, parientes de los kami y de las hadas, pero más terrenales. Viven en cavernas y túneles bajo tierra, y aunque son crueles no suelen atacar sin provocación. No es nada normal que busquen problemas, y aún menos en estas condiciones. Esto es muy extraño.
Cogiendo una pala que había junto a la casa de Wakahisa, y tras pedir permiso para ello, pues después de todo aquel era un "bosque de bruja", Kousei comenzó a excavar tumbas para todos los atacantes.
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En Koyotei, mientras tanto, también anochecía. Ahei Hiro, el enorme dueño de la hostería "Las 12 Casas" miraba con un punto de tristeza a su protegido Teru.
- ¿Donde vas a dormir hoy? -preguntó el posadero. Teru había cantado, bailado, reído y bebido cuanto sus escasos recursos le habían permitido desde antes incluso que el sol comenzase a declinar. Empezaba a encontrarle el punto al sake. Algunos de sus compañeros de fiesta proponían ir a los tugurios del puerto para acabar de liarla en el embarcadero.

Hiro insistió:
- Tienes que hacer algo con tu vida, Têru. Muchos chicos de tu edad van a tratar de superar el grado de maestría en estas fiestas. Y tú podrías si quisieras, estoy seguro, pero aún no sabes ni qué quieres ser. Y desde luego no te veo como maestro de nadie.
Teru sonrió con su encanto habitual y se inventó un par de excusas tranquilizadores que no acabaron de convencer a Hiro. Sentía que estaba perdiendo un tiempo magnífico hablando, cuando podría estar ahí fuera disfrutando. Al cabo de poco se reunía con sus compañeros de camino al puerto:
- ¡Aquí está el zorro de la suerte, muchachos!
Teru, el kitsune de morro y cola blancos, y sus tres compañeros de fiesta humanos -a dos de ellos les había conocido hacía una hora- salieron con provisiones de "Las 12 casas" y entre cánticos de taberna enfilaron la avenida principal de Koyotei de camino al Este.

Cerca del pequeño dojo de Kuroshiwa Yumeiko, la comitiva encontró a la tengu departiendo con el ilustre "sen" del pueblo, el hechicero Tachibana Kokomo. Estaban serios, preocupados incluso, a juzgar por Teru. Kuroshiwa enarcó una ceja cuando el grupo se le acercó:

- Vaya, pero si es el comité de fiestas de Koyotei con su honorable presidente a la cabeza, el gran Maestro Zorro.

- ¿Dónde vais a estas horas, muchachos? -preguntó el mago. Aún no había llegado a los 50 años de edad, pero Teru sospechaba que había sido igual de serio y de calvo toda su vida.

- ¿Dónde quieres que vayan? -replicó la tengu-. Van al puerto, por supuesto.
Teru hizo una profunda reverencia:
- Sensei Tachibana, sensei Kuroshiwa. ¡Ya saben que son bienvenidos a esta fiesta! ¡Cantaremos, beberemos y reiremos como si la luna tuviera que llevarnos al otro mundo! En nuestra pequeña jauría no hacemos distinción de raza, género o edad, y lo mejor de todo, las risas y las chanzas están garantizadas...Además -añadió inspirado, mirando a las estrellas-: no hay nada de lo que preocuparse, ¿verdad? -y dando un par de pasos hacia los dos adultos, repitió en voz más baja-. ¿Verdad?
- Nada en absoluto -dijo la tengu-, más que de aprovechar el día y la noche.
Teru decidió que mentía fatal, y que la calva de Tachibana pareciese palidecer ante la pregunta no hizo sino acentuar sus sospechas.
- Tened cuidado si vais al puerto -añadió el mago-, últimamente hay más gorotsukis de lo recomendable. Nuestro ilustre capitán Po debería hacer una redada -¿gorotsukis? ¿Elementos violentos en el puerto? Vaya...
- ¡Oh! Y hablando de elementos pintorescos: he oído que vuelve a andar por allí el viejo Goro el Borracho -añadió Yumeiko.
- ¿Goro? ¿Pero aún vive ese hombre? -se asombró el mago-. Lleva toda la vida rondando por la provincia, desaparece cuando lo echan y siempre vuelve... Ése ha trasegado más alcohol en sus años que los alambiques de una destilería.
Por supuesto que Teru había oído hablar de Goro: era la leyenda de todas las tabernas. Si tenía una oportunidad de conocer al borracho más borracho de aquellos pagos, no podía desperdiciarla.

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