No se habían matado de puro milagro. Don Enrique ayudó a Amelia a salir de la maltrecha diligencia, que había quedado tumbada en mitad del agreste camino que llevaba a Alcira. El Doctor Ferran tenía una brecha en la cabeza, pero su preocupación no eran sus propias heridas ni la salud de sus compañeros de viaje: lo primero que comprobó al salir era si los viales que transportaba en su maletín habían reventado. Por fortuna, todos seguían protegidos, y sólo dos se habían salido de sus fundas, sin llegar a romperse.
- No tiene solución -afirmó el cochero. El señor Enrique Gaspar fue a mirar, con el ánimo algo encendido, listo para lanzar improperios contra aquel conductor descerebrado que les había hecho volcar. Pero una de las ruedas delanteras estaba retorcida y fuera de su eje, y algo por detrás del lugar del accidente podían verse varios baches bastante profundos, en uno de los cuales sin duda la rueda se había hincado. Quizás no había sido culpa del cochero, después de todo.
Los caballos estaban muy inquietos, y relinchaban con los ojos aún inyectados de terror. Uno de ellos tenía una pata en muy mal estado.
- Pobre animal -se lamentó Amelia.
El Doctor fue sucinto:
- Habrá que sacrificarlo -pero aventuró, al sentir la mirada de la religiosa-. Lo más probable.
Estaban rodeados de campos de arroz. En el horizonte, a izquierda y derecha, se divisaban pequeñas cadenas montañosas, pero empezaba a caer la tarde y no era fácil distinguir si la siguiente población se hallaba lo suficientemente cerca como para tratar de llegar a pie.
- Desenganchemos al caballo sano -dictaminó don Enrique- y que lo monte la hermana. Nosotros tres podemos seguir a pie. Mozo, usted llevará mi equipaje. Le puedo ayudar con esa bolsa.
Todos siguieron sus instrucciones sin protestar, aparentemente contentos de que alguien llevara las riendas de la situación:
- ¿Cree que llegaremos a alguna parte antes de que caiga la noche? -preguntó el Doctor tras ayudar a Amelia a subir al corcel sano.
- Me pareció ver antes que el sol arrancaba algún destello algo más al sur. Puede que ya sea Alcira.
No lo era: los tejados que había visto don Enrique eran los una empresa textil abandonada a las afueras de Algemesí. Allí no pudieron pedir demasiada ayuda, pero vieron los estragos que estaba causando el cólera en toda la población. Más de 100 personas habían muerto por la epidemia, y otras tantas estaban ya gravemente enfermas. Muchas casas estaban cerradas a cal y canto, y desde las ventanas, muchas de ellas con crespones negros, les lanzaban miradas huidizas.
- Necesito pacientes sanos -murmuró el Doctor.
Atravesada la villa, cruzada la Acequia Real y pasado el río Júcar (y transformados los campos de arroz en huertos de naranjos), arribaron a Alcira con los últimos rayos de luz de aquel día. Era una población grande, más del doble que la villa vecina: debían vivir allí alrededor de 18.000 personas.
Buscaron alojamiento y todos se derrumbaron, agotados y magullados, en sus habitaciones. Tan solo el cochero aprovechó para indagar en el equipaje de don Enrique. Pero allí no estaba lo que él buscaba. Debía llevarlo en la bolsa de mano de la que no se separaba.
"Mañana", se dijo antes de arrebujarse en la manta de su pequeño cuarto. "Ishtar...", suspiró.
Al día siguiente, Amelia decidió dar un uso al hábito que le había tocado vestir y visitó todas las iglesias de Alcira. La respuesta fue unánime y la comentó desolada con sus compañeros de viaje:
- Que recemos a San Roque -Folch tenía que contenerse para no apretar los puños de impotencia-. ¡Esa es su única solución para la epidemia!
- ¿Y qué esperábais, hermana? -contestó el científico, entre divertido y ofendido-. Superchería inútil, y no os ofendáis, porque vos creo que sois la excepción, pero es lo único que ofrece la Iglesia de este país a los ciudadanos. Aunque no tienen el monopolio: cuando no se trata de rezos y procesiones católicas, son los remedios y oraciones "mágicas" de los curanderos.
- Están desesperados -intervino don Enrique, que había tomado aquella misión como propia-. He estado en el Ayuntamiento y la situación les desborda por completo: en un solo año han sufrido una riada y una nevada terribles. El gobernador ha tenido que enviar 2000 pesetas para sufragar las situaciones más dramáticas, pero por supuesto se han quedado cortas. El cólera es sólo la puntilla de lo que está sufriendo esta gente: para ellos esto es poco menos que un holocausto, en el que la mano del Hombre se ha visto desbordada por completo. No es extraño que entreguen su confianza a otras "esferas"...
- ¿Cómo habéis encontrado la situación?
El Doctor resopló:
- La situación es crítica en los barrios de Santa María y Vilella. En cambio, no hay casi afectados en La Alquerieta ni en Materna. Quizás tengan alguna clase de inmunidad natural, o puede que beban de afluentes distintos. Esto es poco menos que una isla... El cólera se focaliza en el agua, cuando se mezclan la potable y la insalubre, ahí es donde el vibrio se desarrolla y se transmite -hizo un gesto a su alrededor-, y con el Júcar y tanto regadío por aquí, está a sus anchas.
- El río... y la miseria -sentenció Amelia.
- Por cierto, Doctor -añadió don Enrique-. Tenga usted cuidado con esos viales.
- Aguantaron bien el accidente...
- No lo digo por eso -y bajó la voz para que sólo le oyeran el médico y la hermana-. Estoy bastante seguro de que alguien ha intentado entrar en mi habitación durante el día. Seguro del todo, y de que lo ha conseguido. No se llevaron nada, pero mis cosas no estaban exactamente como las había dejado. Dudo mucho que estuvieran interesados en mí, sino más bien que no sabían quién de nosotros dos era el doctor, ¿me comprende?
- ¿Cree que alguien quiere destruir las vacunas?
- Creo que la ignorancia es un poderoso motivo para hacer estupideces.
- Quizás podamos aprovecharnos de esa ignorancia -dijo entonces Amelia, empezando a trazar un plan que comunicó a los dos caballeros-. ¿Puede funcionar?
El Doctor Ferran movió la cabeza negativamente:
- Va contra todo lo que creo.
- ¿Pero puede funcionar? -insistió don Enrique.
A regañadientes, el médico les dio la razón.
7 comentarios:
He descubierto este blog esta tarde y estoy encantado. Llevo enganchado toda la tarde con los capítulos apócrifos de "El Ministerio del Tiempo". Con "Tiempos fugit", ¡me tienes en ascuas!
Enhorabuena por el blog.
Raro me parece que no haya más comentarios ni más referencias por ahí...
Keep walking!
"Tempus... quería escribir. ¡Maldito corrector!
Muchas gracias, Seeker. A ver si el miércoles tengo lista la cuarta entrega y meto en un buen brete a Alonso y Julián ;)
Acabo de ver el episodio 4 del MdT y he recordado el relato que tienes a bien compartir con nosotros. Como siempre me encanta, y nunca mejor dicho, cómo manejas los tiempos en la narración. Esperamos impacientes nuevas entregas. Como dice Seeker, estamos en ascuas ( aunque después de ver el capítulo sobre la inquisición, quizá no sea la mejor manera de decirlo jajajaja). Un saludo.
¡Jajaja! Mejor apagar esos rescoldos antes de que algo prenda... ¡Pero, por vuestro bien, no con agua del Júcar en 1885!
Asombrado me tienes de tu imaginación y profusión de detalles, no serás guionista de la serie? Conoces personalmente los lugares donde has centrado las tramas o todo es documentación? No me pierdo la cuarta entrega.
Muchas gracias, Andrés: no soy guionista de la serie, no. ¡Ahí hay otro nivel! :) He pasado por la zona de Valencia, y he estado cerca de la de León, pero la mayor parte de todo es documentación. Hay ideas que salen solas con ella... La cuarta parte, si todo va bien, mañana.
Publicar un comentario