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Un acto de honor (V)
“Como el agua, haz que tu mente sea fluida. El agua puede adaptarse a la forma de cualquier recipiente. Puede ser una gota, y también un océano. El agua tiene el color de un estanque profundo de aguamarina”.
Miyamoto Musashi, “Libro de los Cinco Anillos”
Todo era azul y verde a su
alrededor: penumbra y sombras. Plantas acuáticas flotando
fantasmagóricamente; luz deformada por las ondulaciones de allá arriba,
de la superficie. Bajo el agua era difícil ver con claridad: enturbiaban
la visión nubecillas de fango levantadas por los remos, y ocasionales
restos caídos aquí y allá durante el combate. Al fondo, todo era
oscuridad: las gigantescas sombras de ambas naves.
Pero Amelia no encontraba lo que buscaba.
“Tal vez corriente arriba”, pensó, obligándose a bucear un poco más.
Pero Amelia no encontraba lo que buscaba.
“Tal vez corriente arriba”, pensó, obligándose a bucear un poco más.
Allí estaba. Al fin encontró el
cuerpo del hombre, lastrado por el peso de sus armas, con una leve
neblina de sangre cerca del hombro. Lo elevó cuanto pudo y tiró de él
hacia la orilla.
El azul del cielo, el ansia de llenar de aire los pulmones. El verde de la vegetación alta de la ribera. El esfuerzo ingente de arrastrarlo fuera.
El azul del cielo, el ansia de llenar de aire los pulmones. El verde de la vegetación alta de la ribera. El esfuerzo ingente de arrastrarlo fuera.
“Dios, ¡cómo pesa!”.
Tuvo que esforzarse un buen
trecho, antes de encontrar una zona en la que poder dejarlo caer sin que
se hundiera demasiado entre las fangosas raíces de las plantas
acuáticas. Agotada, Amelia se derrumbó a su lado, luchando
por recobrar el aliento.
Tardó un tiempo en comprender, aliviada, que lo había conseguido.
Alonso estaba inconsciente, tenía una herida en el hombro y un feo golpe en la sien. Pero respiraba.
Tardó un tiempo en comprender, aliviada, que lo había conseguido.
Alonso estaba inconsciente, tenía una herida en el hombro y un feo golpe en la sien. Pero respiraba.
Entonces se oyó un ruido
alarmante, no muy lejos. Un sonido idéntico al que ella misma acababa de
hacer, al arrastrarse hasta la ribera.
- Alonso... ¡despierta! -susurró Amelia con urgencia, sacudiendo a su compañero-. ¡Vamos, levántate!
La alta vegetación de la orilla
aún no permitía distinguir a nadie, pero se escuchó otro ruido más. Y
otro, un poco más lejos. Y otro, alarmantemente cerca. Eran varios, y
estaban ganando la costa.
- ¡Alonso, por Dios, despierta!
El soldado entreabrió los ojos,
pero estaba demasiado aturdido por el golpe en la cabeza: en cuanto
intentó levantarse, se derrumbó dolorosamente. Era evidente que
necesitaría algunos minutos antes de recuperar la consciencia
por completo.
Amelia Folch comprendió que quedaba mucho menos que eso para que les descubrieran allí. Y entonces los dos estarían muertos.
Sólo había una opción.
Sólo había una opción.
- Te conseguiré algo de tiempo... ¡Alonso, por el amor de Dios, date prisa...!
Amelia se alejó de su compañero, gritó para atraer a los piratas y echó a correr. Los ruidos de la orilla la siguieron.
* * * * * * * * * *
- ¿Cómo que no están? ¿Ni Alonso ni Folch?
- Deben haber caído al agua durante el combate.
- ¡Pero Alonso no sabe nadar! -se desesperó Julián, oteando el agua sin éxito-. ¡Y creo que Folch tampoco!
- Por vuestro ayudante Folch no
tengáis cuidado, maese Julián -le tranquilizó el cirujano barbero-: le
han visto saltar al agua en busca del otro. Sabe nadar, a fe mía.
El capitán Carrión dio algunas órdenes y se llevó a Julián aparte:
- He puesto una de las naves
auxiliares a buscarlos. Encontrarán a Entrerríos y a vuestra ayudante.
Pero la “Capitana” debe continuar: necesitamos saber si esos rumores
acerca de una flota pirata son ciertos, antes de que
se nos echen encima. ¿Habéis localizado ya el objetivo que busca el
Ministerio?
- No, capitán -se derrumbó
Julián, desalentado. Al menos a Carrión podía hablarle con franqueza-.
Amelia Folch pensaba que esta batalla podía ser en sí misma el objetivo,
pero además tenía otras ideas... la necesitamos. Ella
no es nuestra ayudante: es nuestra superior.
Carrión estaba acostumbrado a bastantes rarezas del siglo XXI, pero aun así hubo de contener una exclamación de sorpresa.
- ¡Ah...! Vaya. Una mujer al mando. ¿Y cómo lleva Entrerríos eso?
- Supongo que ya os lo imagináis
-sonrió Julián con tristeza-. Pero nos las apañamos. Él es un buen
soldado, ella sabe mucho sobre Historia y yo les ayudo en lo que puedo.
Disculpe, capitán, pero... me marcho. Tengo que
buscarlos.
- Lo harán las otras naves -le
detuvo Carrión, en un tono razonable pero que no admitía réplica-.
Mientras tanto, si la batalla puede ser el objetivo, tal vez sea mejor
que vos estéis aquí. Un buen enfermero o médico vale
por varios soldados: por todos los que pueda volver a poner en pie. Y
viniendo del siglo XXI, más aún: sé lo que vuestra Medicina puede hacer.
¿Estáis conmigo?
Julián odiaba la idea de pasar
de largo sin auxiliar a alguien; más aún si ese alguien eran sus amigos,
perdidos en aquella costa plagada de piratas. Odiaba la guerra. Y se
odió a sí mismo cuando, para su propia sorpresa,
se oyó decir:
- Sí, señor.
* * * * * * * * * *
Eran tres piratas. No, cuatro. Otro más salió de entre los altos juncos a tierra firme: cinco
Sabían perfectamente que tenían ante sí a una mujer: al rescatar a su compañero, Amelia Folch había perdido el casco y se le habían reventado los botones del chaleco. Los rufianes miraron golosamente el largo cabello (bastante claro, ensortijado, una exquisita rareza para ellos) y el pecho de la joven, que se transparentaba reveladoramente a través de la camisa empapada.
Sabían perfectamente que tenían ante sí a una mujer: al rescatar a su compañero, Amelia Folch había perdido el casco y se le habían reventado los botones del chaleco. Los rufianes miraron golosamente el largo cabello (bastante claro, ensortijado, una exquisita rareza para ellos) y el pecho de la joven, que se transparentaba reveladoramente a través de la camisa empapada.
Amelia sacó el revólver que
Entrerríos le había dado por la mañana, preguntándose si funcionaría
estando tan mojado. Según Alonso, el arma podía disparar hasta seis
veces sin recargar. Pero Amelia ni siquiera había tenido
tiempo de practicar con él.
“En fin, probaré ahora”, pensó. “Al fin y al cabo, ya no pueden empeorar más las cosas...”
Entonces temblaron otra vez las
últimas hierbas de la orilla pantanosa y de entre ellas salió al suelo
firme, más despejado, un sexto hombre. Lucía una armadura completa de
samurai. A un costado portaba una katana extrañamente larga, envainada con el filo hacia arriba; al otro, una especie de porra o de espada corta.
El revólver, lleno de agua, no obedeció.
“Pues sí que podían empeorar”, hubo de admitir Amelia, casi con sarcasmo.
El samurai gritó una
orden a los piratas. Los de peor catadura le contestaron en el mismo
idioma y se acercaron a la mujer, intentando derribarla entre risotadas
obscenas.
Su superior repitió la orden y, con un golpe seco del pulgar, aflojó en su funda el largo sable. Los wo-kou también echaron mano a las armas que portaban.
Por tercera vez, el samurai repitió la orden.
Su superior repitió la orden y, con un golpe seco del pulgar, aflojó en su funda el largo sable. Los wo-kou también echaron mano a las armas que portaban.
Por tercera vez, el samurai repitió la orden.
Amelia inclinó el revólver para vaciarle el agua y empezó a rezar.
Entonces sucedió lo increíble.
Entonces sucedió lo increíble.
La espada del samurai abandonó su vaina con un mandoble de
iaido de rotación lateral, segando de un solo golpe las cabezas de los dos
wo-kou más cercanos. El samurai completó la maniobra de
giro encarándose con los demás rufianes, mientras elevaba con ambas
manos el sable por encima de su cabeza, listo para continuar. Una gota
de sangre ajena cayó sobre su rostro, dibujando
una línea casi tan delicada como si la hubiera trazado un pincel. El samurai
repitió la orden: esta vez, los wo-kou obedecieron y, de mala gana, se retiraron.
- Gomen nasai, hime-sama -se
disculpó el samurai, volviéndose a Amelia con una cortés reverencia.
Escurrió la sangre de su arma con una grácil sacudida, la envainó y
tendió la mano a la mujer-.
Watashi no namae Hirata Munisai desu.
- Eh... ¿perdón...? -Amelia se
levantó, desconcertada. Al ver el arma envainada, se calmó lo suficiente
para devolver la leve reverencia al hombre-: gracias. Me llamo Folch
-se señaló el pecho al pronunciar el nombre, intentando
al mismo tiempo cerrarse el chaleco-. Amelia Folch.
- Munisai - se presentó de nuevo el samurai, imitando el gesto-. Hirata Munisai.
- ¿Eres un wo-kou?-Amelia
señaló, con aire de reproche, las últimas volutas de humo que todavía se
elevaban desde la lejana aldea arrasada. El nombre del guerrero había
hecho saltar una alarma en algún rincón de su
mente, pero la joven apenas se dio cuenta de ello: sentía demasiada ira
al recordar las familias tagalas asesinadas.
El samurai negó con un
gesto, pero sus ojos reflejaron amargura al desviar la vista del humo:
era evidente que se avergonzaba de sus aliados...
Aquélla era la distracción que
alguien estaba esperando: desde las vecinas hierbas altas, una larga
vara golpeó traicioneramente a Munisai en el hombro derecho, no
dislocándoselo por muy poco. El samurai esquivó como pudo un barrido de
naginata casi a ras del suelo, que a punto estuvo de segarle los tobillos. Desenvainó con la zurda su porra
jitte y bloqueó el siguiente tajo enemigo, mientras sacudía el dolorido brazo derecho para intentar hacerlo reaccionar.
Los dueños de la lanza naginata y del largo bastón
bô abandonaron su escondite de juncos, posicionándose
estratégicamente a ambos lados de Munisai. Cada uno mantenía una
distancia de casi metro y medio, bien calculada para atacar con sus
largas armas sin ponerse al alcance de los mandobles del
samurai.
De entre las altas plantas acuáticas surgieron seis enemigos más: los wo-kou de baja estofa habían regresado, y traían refuerzos.
De entre las altas plantas acuáticas surgieron seis enemigos más: los wo-kou de baja estofa habían regresado, y traían refuerzos.
Amelia guardó el revólver en su cinturón y tomó del suelo una de las
naginata de los rufianes decapitados poco antes: no sabía usar la
lanza, pero al menos impediría que la utilizaran los atacantes, y de
paso quizá estorbaría a quien intentara acercársele.
“Dios mío, yo luchando: esto no tiene sentido... “
El círculo se cerró en torno a la extraña pareja, tanto como permitía la distancia marcada por el arma de la mujer. Los piratas centraron sus
esfuerzos en el hombre, sabiendo que disponían de poco tiempo antes de
que Munisai recuperara el uso del brazo derecho. Pero éste era un
maestro con el
jitte: la porra detuvo la hoja de la naginata con un estudiado golpe seco y quebró el metal. El enemigo tuvo que cambiar de posición la lanza rota, para usarla igual que un bastón
bô.
Uno de los espadachines dejó de
lado a Amelia y lanzó un traicionero mandoble, casi por la espalda,
hacia el entumecido brazo derecho del
samurai... pero una detonación lo detuvo en seco. El revólver de Amelia por fin había decidido obedecer.
Antes de que los demás pudieran recuperarse de la sorpresa, el
jitte de Munisai partió el cráneo del espadachín herido de bala.
Amelia, demasiado asustada para andarse con miramientos, disparó tres
veces más, hiriendo a los dos bandidos del bastón
bô. Los balazos no eran graves, pero bastaron para entorpecerles: el nuevo aliado de Folch se encargó del rematarlos.
- ¡Ko-teppo! -comprendió
uno de los piratas, haciendo gala de más inteligencia o más sangre fría
que los demás. El resto abandonó el terror supersticioso al caer en la cuenta de que
la mujer no había usado ningún poder sobrenatural:
¡sólo se trataba de una especie de fusil pequeño!
“¡Oh, no! Ahora sí que es imposible... ¡quedan varios más...!”
De pronto temblaron los
altísimos juncos, y dos de los enemigos restantes cayeron traspasados
por sendas estocadas: los disparos habían atraído a un combatiente más.
- ¡Alonso! ¡Ya era hora! -protestó Amelia.
- Debisteis haber disparado antes, para indicarme dónde estábais -se encogió de hombros el interpelado, poniéndose en guardia de nuevo-.
¡Llevo un rato buscándoos!
- ¿Un rato? Claro, claro... -se burló la mujer-. ¡No, ese samurai me está ayudando! ¡Ataca a los otros!
- ¿Cómo? ¿Habéis perdido el juicio?
- ¡A los otros! ¡Es una orden!
“Maldito sea el loco que puso a una mujer al mando” pensó Alonso de Entrerríos para sus adentros. Pero
pronto tuvo que admitir que, para su sorpresa, el
samurai estaba defendiendo a Amelia frente a los demás piratas. “¡Lo que me faltaba por ver...!”
- Hime no samurai? -comentó Munisai burlonamente. Estaba de mejor humor: por fin había conseguido desenvainar el sable con la mano lastimada.
- Sí, es mi jefa -gruñó Alonso en castellano-. ¡Esperad, no envainéis la otra!
Katana o ni hon!
“¿Dos espadas?” Munisai blandió ambas armas, dubitativo: debía haber oído mal...
- Defended con una y atacad con la otra, como yo -indicó Entrerríos... en japonés, para asombro de amigos y enemigos.
- Imposible: esto es un tachi, es mayor que una
katana -protestó el samurai en su propio idioma, sin bajar la guardia-. ¡No se puede usar con una mano!
- Pues dadle algo de impulso para
compensar. ¡Así! -contestó Alonso en japonés, imprimiendo velocidad a
la toledana mediante un molinete por encima de su cabeza. El tajo hacia
el siguiente enemigo acumuló un empuje demoledor-.
Sin descuidar la defensa con la otra. ¡Hay que estar dispuesto a
aprender cosas nuevas! Creedme, sé bien lo que digo...
- ¡Pero, Alonso...! ¿Hablas japonés?
- Por supuesto, Amelia -rió éste, divertido-. ¿Vos no?
Espalda contra espalda, los dos
hombres derrotaron fácilmente al resto de los atacantes. Excepto a uno:
el último, espantado, echó a correr.
- Shimata! -maldijo Munisai.
- Cierto: si se lo cuenta a vuestro superior, estáis muerto -asintió Entrerríos, soltando su fiel toledana y lanzando algo. El
wo-kou cayó de bruces, con un cuchillo arrojadizo español hundido hasta la empuñadura entre hombro y hombro.
- Shurikenjutsu... -Munisai examinó el cadáver y miró con sincero respeto a Alonso-.
Domo arigató, hime no samurai...
- Alonso de Entrerríos -contestó
éste con una reverencia, después de recuperar sus armas-. De nada: ha
sido un honor. ¿No os he visto antes, en el barco enemigo? Bien, ahora que la
dama está a salvo, ¿por dónde íbamos?
El español y el samurai se
pusieron en guardia, amenazándose mutuamente con una feroz sonrisa que oscilaba entre el
desafío y el respeto. A pesar de pertenecer a extremos completamente
opuestos del mundo, resultaban sorprendentemente idénticos.
2 comentarios:
Traducción aproximada de las frases en japonés:
Teppo = fusil de diseño portugués fabricado en Japón
Ko-teppo = fusil pequeño.
Hime no samurai? = ¿El guardián de la princesa?
Katana o ni hon = Dos espadas
Shimata! = Literalmente significa "He cometido un error", pero en realidad se utiliza como maldición; es lo más parecido a una palabrota que existe en japonés.
Shurikenjutsu = El arte de lanzar armas arrojadizas (shurikens, cuchillos...)
Domo arigató = Muchas gracias
Perdón, faltaba traducir las presentaciones:
- Gomen nasai, hime-sama
(Disculpe, noble señora)
-Watashi no namae Hirata Munisai desu.
(Mi nombre es Hirata Munisai)
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