08 febrero 2016

MdT: Un acto de venganza (IV)




   (Galeón de Gil Pérez, 2 de Marzo de 1589, 21:54
   Operación “Luna de Sangre”)
  
   La luz de la Luna llena inundaba el galeón apresado; tanto, que resultaban casi innecesarias las lámparas de aceite, distribuidas a intervalos regulares. Una de ellas se extinguió sin que nadie reparara en ello. Después otra; y otra...
   Unos pasos hicieron crujir la cubierta: cuatro sombras, dos a proa y dos a popa, realizaban su acostumbrada ronda nocturna. Otros dos guardias ingleses flanqueaban las puertas del camarote principal. Seis enemigos, en total.
   El veterano Alonso de Entrerríos apagó una última lámpara y se agazapó en el oscuro umbral del castillo de popa, intentando calcular la posición del enemigo. Una vez más, maldijo para sus adentros el imperceptible balanceo del barco: aquella falsa inmovilidad le desorientaba.
   Entonces lo vio.
   Un velo ensombreció parcialmente la Luna, haciéndola palidecer. El barco comenzó a sumirse en las sombras, lentamente, minuto a minuto...
  
   -El eclipse, a la hora predicha -le sorprendió un susurro a su espalda-. El brujo inglés tenía razón.
   El veterano estuvo a punto de atacar instintivamente; pero se detuvo al distinguir la borrosa mancha de una camisa blanca en la oscuridad. "Encamisada", la indumentaria convenida para el asalto nocturno; era uno de los suyos.
   -Ya he apagado las de mi lado -susurró el muchacho-. ¿Y vos?
   -Está hecho -asintió el veterano agente del Ministerio, mirando a su hijo con repentina inquietud: la operación sería arriesgada-. Estáis a tiempo de echaros atrás. Puedo hacerlo solo. Tardaré más, pero...
   -¿Es una chanza, don Diego? -el joven Alonso tuvo que hacer un esfuerzo para contener una risita burlona-. No hay más tiempo: es menester aprovechar esta oscuridad. Si tenéis miedo...
   Una mano de hierro atenazó el hombro del muchacho, sobresaltándole.
   -Sólo temo a una cosa: a los novatos -susurró severamente el veterano-. El Tercio sólo permite las "encamisadas" a "soldados viejos". Son operaciones de comando, de máximo sigilo y máximo riesgo.
   -¿“Comando“? ¿“Máximo riesgo“? Habláis como Julián, no como alguien de mi tiempo... -el ofendido joven le miró con aire de sospecha-. ¿Quién sois realmente?
  
   El padre echó una última ojeada a la luna: el eclipse la había oscurecido por completo, tornándola de un sangriento rojo oscuro. Los centinelas de Drake la miraron con terror supersticioso.
   Entonces se hizo la oscuridad. La superstición de los ingleses dio paso al terror, al comprobar que alguien había apagado las lámparas. Al instante chispearon varios eslabones: los enemigos estaban intentando frenéticamente volver a encender las luces.
   -Ahora os mostraré quién soy -susurró el veterano agente del Ministerio; no había tiempo que perder-. Y vos también podréis demostrarlo. Nadie de vuestra edad ha tenido jamás un honor como éste.
   -No os fallaré -prometió el muchacho, comprendiendo hasta qué punto estaba confiando "Alatriste" en él-. Ni a vos ni a mis compañeros.
   Los dos soldados estudiaron a los enemigos más próximos y sonrieron con idéntica fiereza, aprestando sus armas con sigilo. Estaban en inferioridad numérica. Sólo uno de ellos estaba bien entrenado en operaciones de comando. Pero había llegado la hora de la venganza.
  
   * * * * * * * * * *
  


   (Palacio de Westminster, dos días antes)
  
   Soñó con aquel velo antes de verlo; nunca supo por qué. Ensombreciendo la Luna, con una lividez enfermiza que le revolvió el estómago... pero no: en realidad se trataba de un rostro humano, semioculto tras una tenue gasa negra.
   Julián trató enfocar la dolorida vista: había una mujer junto a su cabecera, con el rostro velado y vestida de negro de pies a cabeza.
   - Sólo os falta la guadaña -intentó bromear el enfermero-. ¿Quién sois?
   La sombría figura dejó un objeto sobre la mesilla de noche y se escabulló apresuradamente, sin pronunciar palabra. Julián intentó levantarse para seguirla, pero le detuvo un lacerante dolor en las sienes.
   - ¡Esperad! ¿Qué significa esto? -de pronto recordó en qué país se encontraba y cambió de idioma-. Wait! What does this mean?
   - ¡Calmaos, Julián! -le interrumpió una voz grave, mientras alguien le sacudía con suavidad.
   Julián despertó, sorprendido: ¿todo había sido un sueño?
   Miró a su alrededor: se encontraba en una estancia bastante más lujosa que una posada, al menos en comparación con lo que estaba acostumbrado a ver en el siglo... ¿dieciséis? La luz entraba a raudales por la ventana, provocándole un dolor de cabeza intenso. En las fosas nasales notaba un persistente olor a cloroformo. Intentó rememorar lo sucedido la noche anterior: John Dee, el brujo de la reina de Inglaterra. Espiritismo. Opio. Mentiras. Y después...
   - ¡Esa mujer...! -recordó Julián, intentando sacudirse la confusión de encima.
   - ¿Amelia? No me extraña que os disguste verla -gruñó Entrerríos, dirigiendo a la joven una mirada de reproche-. Teniendo en cuenta lo que ella os ha obligado a hacer...
   - No había otra opción -fue la fría respuesta de su superior-. Tenía que aceptar aquel brebaje para ganarse la confianza de John Dee.
   - ¡Estuvisteis a punto de hacerle envenenar! -estalló el militar-. Julián, vuestra obediencia os honra, pero hay órdenes que no deben obedecerse. Lo aprendí cuando un superior mandó a todos mis hombres a la tumba, y a mí a la horca...
   - ¿Podéis callar un momento? - gimió el enfermero-. Tengo una resaca monumental. Y no, Alonso; no lo hice por ella. Lo hice por él.
   Sus dos acompañantes le miraron, desconcertados.
   - ¿Por quíén...?
   - ¿Quién va a ser? -se impacientó Julián, malhumorado a causa del dolor de cabeza-. Nuestro compañero, Gil Pérez. ¿Sigue en la Torre de Londres?
   - Tranquilo; lo conseguiste - la mujer sonrió cálidamente. El enfermero tal vez fuera desobediente y excéntrico; pero tenía valor, a su manera. Y lealtad -. Engañaste bien a Dee.
   - Ya ha pedido que trasladen a Gil Pérez al galeón -asintió Alonso-. Será pronto: el 2 de Marzo.
   - Un momento... -Amelia señaló la mesilla de noche-. Julián, ¿de dónde has sacado esto?
   En la mesita descansaba un objeto extraño: una cajita de madera lacada. Intrincadas filigranas de orfebrería decoraban la tapa, las bisagras y el contorno de la cerradura.
   - ¿No fue un sueño? -Julián sostuvo la caja, intrigado-. La mujer del velo negro...
   - Yo también la vi, Julián -fue la sorprendente respuesta de Amelia, extrayendo algo de entre sus ropas: una llave de diseño sospechosamente parecido al del cofrecillo-. Pero no hoy, sino cuando encontré esta llave. La noche que hicimos el truco de espiritismo para engañar a John Dee.
   - Perdona, ¿ahora estamos en una de espías? ¿Alguien nos está dejando mensajitos secretos?
   - La cuestión es: ¿quién? -gruñó Entrerríos, impacientándose-. Obedecer a Amelia, pase; pero ¿por qué tenemos que hacer caso a más mujeres? ¿Dónde se ha visto tamaño disparate?
   La pregunta fue lo de menos; porque el contenido del cofrecillo hizo maldecir con indignación, tanto a Alonso como a la normalmente refinada Amelia Folch.

   * * * * * * * * * *
  

   Mientras tanto, el joven Alonso de Entrerríos montaba guardia en el exterior de la alcoba de Julián, pensativo.
   Estaba seguro: le seguían. No a todo el grupo, sino a él.
   No tuvo la absoluta certeza hasta que Amelia y “Diego Alatriste” hubieron entrado en el dormitorio de su convaleciente compañero. Unos pasos amortiguados, una sombra más oscura que el resto; nada realmente sólido. Si no hubiera sido por una mirada de asentimiento de “Alatriste”, habría pensado que sólo se trataba de un producto de su imaginación.
   Pero una vez a solas, algo cambió. El eco de los pasos se hizo evidente; no había duda.
   - Halt! -ordenó. Por un segundo había visto claramente una mujer observándole, entre las sombras. Al otro extremo del pasillo. Ropas negras, rostro velado; pero al instante la vio desaparecer tras un recodo del sombrío corredor.
   “Me lo esperaba” reflexionó con sarcasmo, lanzándose tras ella. “¿Habrá algún espía que haga caso cuando le dan el alto? En fin, sólo es una mujer. Tiene más que temer ella que yo...”
   El cañón de una pistola, al volver el recodo del pasillo, le hizo tragarse sus palabras.
   - Silencio -ordenó una voz grave pero femenina, en perfecto español. La desconocida señaló una dirección con el arma y volvió a apuntarle-. Sígueme.
   - No sigo órdenes de mujeres -la desafió con altanería-. No seréis capaz de disparar.
   Un zumbido seco y un lacerante dolor en la oreja le descubrieron su error. El joven contuvo un gemido y se enjugó la sangre con la manga, incrédulo.
   - ¿Por qué no ha sonado el disparo? ¿Y por qué yo, y no los otros?
   - Veo que hacéis las preguntas correctas; os he elegido bien -la voz sonaba grave, adulta, autoritaria. Había cierto deje de amargura en el fondo de aquella la risa sarcástica. La mujer señaló un tubo largo, insertado en el extremo de aquel arcabuz diminuto, y explicó-: Esto es un silenciador. Ahora seguidme.
   - ¿Obedecer a una mujer? ¿Dónde se ha visto tal cosa?
   La desconocida volvió a apuntarle con la pistola. Esta vez, entre ceja y ceja.
   - Siglo XXI. Venid si queréis más respuestas.
  
   * * * * * * * * * *

   Obedecer a una mujer. En el Siglo XVI.
   Era precisamente lo que estaba sucediendo en aquel mismo instante en la reunión del Estado Mayor, en pleno Palacio de Westminster. Alrededor de un gran mapa, salpicado de lujosas esculturas en miniatura, que representaban naves y unidades militares.
   - Almirante Drake -ordenó la rotunda voz de Isabel I de Inglaterra-: comenzaréis por asaltar los astilleros de Santander y de La Coruña. Después desembarcaréis a nuestro general Norreys y al Prior de Crato en Portugal, para preparar el sitio de Lisboa.
   - Sí, Majestad -fue la zalamera respuesta. Francis Drake podía ser el corsario más temido de los siete mares, pero sabía a quién debía su ascensión desde simple pirata hasta mano derecha de la Reina. Aquella mujer sabía apreciar el talento y la mano dura, así que ella merecía su respeto-. De todos modos, dudo que quede en esos astilleros casi nada de la Armada española. Fue destruida...
   - Vamos, Sir Drake: con vuestra Reina no hacen falta disimulos -resopló burlonamente la enérgica monarca-. Sabemos que sobrevivieron dos terceras partes de Armada Invencible; unas ochenta naves. Aunque al mundo entero le haremos creer que el fracaso español fue total: nos encargaremos de que eso sea lo que quede escrito en los libros de Historia. Damnatio memoriae.
   - Y será real, Majestad -intervino un noble de alta alcurnia-. Yo mismo encabezaré la expedición en vuestro nombre. Sir Drake arrasará los astilleros antes de que los restos de la Invencible estén reparados. Después...
   - ¡Os prohibimos embarcar, Lord Essex! -fue la cortante respuesta de aquella dama de acero: el fuego de su mirada no admitía réplica-. Vuestro lugar está aquí, al lado de vuestra Reina. No lo olvidéis.
   “A su sombra, más bien” pensó Essex con rencor, intentando ignorar las risitas de sorna de la Corte; para ellos ya no era más que el amante de Isabel I, un simple mozo de compañía. Él, que había sido un noble curtido en la batalla, capaz de ganar el trono por su propia mano si hubiera querido...
  
   - Tengo un plan para vos - sugirió una voz taimada al humillado noble mucho más tarde, una vez terminada la reunión -. Si os atrevéis a dejar de ser como un florero y osáis cambiar la Historia, claro está.
   Lord Essex se volvió hacia el insolente: era Francis Drake. ¿Quién si no? Habría respondido agriamente, si no hubiera llamado tanto su atención el arma que el corsario le ofrecía. La examinó con curiosidad.
   - ¿Qué es esto?
   - El futuro - sonrió Drake ferozmente. Señaló al sirviente que le acompañaba, y que lucía una cicatriz que le partía la oreja en dos-. Este criado portugués dice que ha traído más armas como éstas. Un cargamento entero, para poner a nuestro títere Crato en el trono de Portugal.
   - No son arcabuces normales -el noble parecía realmente interesado-. ¿Cómo se llaman?
   - De momento, los he bautizado como mi nave capitana -rió Drake-: “Revenge”.
   Lord Essex miró en todas direcciones y bajó la voz:
   - Tentador, pero tengo prohibido embarcarme. Y las paredes tienen oídos. Vayamos a otro lugar más discreto...
   Los dos ingleses y el portugués se retiraron, ignorando hasta qué punto tenían razon. Habría sido imposible que se percataran de dos presencias furtivas, espiándoles tras un conveniente muro falso: una dama velada y un joven soldado español. Ella ya no esgrimía su pistola del siglo XXI, pero aún ocultaba su rostro; él era nada menos que el hijo de Entrerríos.
   - Así que esto es lo que queríais enseñarme -musitó Alonso. No sabía qué le había impresionado más; contemplar desde su escondite la reunión del Estado Mayor inglés, o descubrir armas del futuro en manos de Essex y Drake.
   - ¿Os alegráis ahora de haberme acompañado? -susurró la mujer velada, burlonamente -. Ha terminado el espectáculo. Sabéis lo que significa ese nombre: “Revenge”. ¿Verdad?
   El joven Alonso asintió:
   - “Venganza”.     

   * * * * * * * * * *
  
   El veterano Alonso “Alatriste” soltó un juramento al examinar el contenido de la misteriosa caja:
   - ¡Estas armas son...!
   - Del futuro -asintió Julián, examinando las fotografías que había en el cofrecillo: pequeñas, casi cuadradas, con un grueso marco asimétrico de plástico blanco. Casi todas las imágenes mostraban hombres armados-. Tuve una cámara de éstas, no hace mucho -su mirada se ensombreció un instante, recordando el día que se la regaló a Maite; el día de su primer beso-. En 1996. Una Polaroid.
   - No sólo eso -repuso Amelia, señalando una de las fotografías- Mirad lo que hay en esta imagen.
   - Un barco llamado “Revenge” -Julián se encogió de hombros, con triste indiferencia-. No me suena. Y el hombre que hay delante, tampoco. Me acordaría de esa oreja partida.
   - Yo sí. ¡Es uno de los rufianes de Leiva! - rugió Entrerríos, indignado-. ¡Nunca olvidaré aquel día!
   - Quizá lo olvidemos pronto -murmuró Amelia, más bien para sí misma-. O más bien, quizá nunca llegue a suceder. Ni el día de la revolución de Leiva, ni mi siglo, ni el de Julián...
   - No jodas, Amelia: ¡eso no tiene sentido!
   - Están reclutando una gigantesca Armada. Como la Invencible, pero inglesa. Si los de Leiva les entregan más armas del futuro, como las de estas fotografías... -la mente de Amelia ya había comenzado a calcular todas las posibilidades, como si estuviera ante un colosal tablero de ajedrez. Comenzaba a urdir un complicado plan, en varias fases -. Imagínalo, Julián: el Imperio Británico, pero siglos antes de tiempo.
   - A costa del nuestro, ¿no? -gruñó Alonso “Alatriste”, con creciente furia.
   - Espera, espera: si cambia ahora algo tan gordo, ¿qué pasará con los que nacimos desp...? -a Julián se le atragantó la frase y estalló-: ¡Como cuando el viejo Biff robó el Delorean y jodió la Historia!
   - ¿Delorean? ¡Hablad en cristiano, pardiez!
   - El fin de nuestro Siglo de Oro antes de tiempo, Alonso -resumió Amelia, muy pálida. Después se dirigió a Julián-: Y tal vez de todo lo que venga después, sí. De todo lo que tú y yo conocemos.  

   * * * * * * * * * *
  
   (Fase 1: Operación “Torre de Londres”
   2 de Marzo de 1589, 17:00)
  
   A la luz moribunda del atardecer, la silueta de la Torre de Londres resultaba aún más sombría de lo habitual. Los seis centinelas, cuyas armaduras exhibían el blasón de la Casa Tudor, presentaron sus armas en un saludo marcial y abrieron las imponentes puertas al ilustre mensajero: John Dee, el tutor y científico de Su Graciosa Majestad. El funcionario, escoltado por cuatro de ellos, se internó en los lóbregos pasillos, que resonaron con los tintineos metálicos de las armaduras. Aquello no era un palacio, sino una prisión: las paredes estaban revestidas de tapices, retratos y antorchas encendidas, pero también armas. Las estrechas ventanas permitían apenas la entrada de la luz del exterior, pero estaban estudiadas para no dar cabida a ningún intento de fuga. Aquel lugar era inexpugnable.
   John Dee no pudo evitar recordar, con un escalofrío, lo cerca que había estado él mismo de acabar encerrado allí: cuando Felipe II de España se casó con María de Inglaterra y trajo la Inquisición católica a aquellas tierras. Habían sido malos tiempos para un “brujo” protestante como Dee.
   “Pero ahora todo es diferente” recordó con satisfacción. “Mi alumna Isabel es la nueva reina, los perseguidos ahora son los católicos y los centinelas saludan a mi paso”.
   Exhibió sus credenciales ante los sucesivos puestos de guardia que dividían cada nivel de la Torre, algo hastiado por las férreas medidas de seguridad, hasta llegar a una última puerta. Tras ella se reveló una escena totalmente distinta: un hombre de avanzada edad y porte noble, leyendo tranquilamente en un sillón, junto a un buen fuego.
  
   -Ha llegado la hora, maese Gil -anunció en latín al prisionero; en su reverencia había cierto aire de disculpa.
   -Me alegra veros, señor Dee -saludó Gil Pérez en el mismo idioma, poniéndose en pie; el matemático inglés le resultaba bastante menos desagradable que la alternativa-. Esperaba a Drake. Es una gentileza que hayáis venido en su lugar. No todo el mundo está dispuesto a traer este tipo de noticias.
   John Dee miró al prisionero con estudiada amabilidad. Le interesaba tenerlo de su parte.
   -Tal vez no sean tan malas nuevas -su mirada parecía casi comprensiva-. De momento, sólo vamos a tener una larga conversación a bordo de vuestra nave; podríamos colaborar. Éste podría ser el principio...
   -De una gran amistad, como en Casablanca -la broma desorientó tanto al inglés, que Gil Pérez casi tuvo que contener una risita burlona-. Lamento decepcionaros, pero no tengo la información que me pedís.
   -¿Y si yo os ayudase a averiguarla? -sugirió Dee, con un guiño cómplice, mientras la escolta se ponía en marcha a una señal suya-. Imaginad que encuentro alguna forma de asistiros para investigar las Puertas del Tiempo...
   Gil Pérez siguió a sus carceleros sin mostrarse impresionado. No era ningún novato. Sabía perfectamente qué tipo de trato le estaban ofreciendo.
   -No lo creo posible. Pero aunque pudiera hacerlo -su expresión se revistió súbitamente de serena dignidad-, no soy un traidor.
   El prisionero, escoltado por sus captores, abandonó al fin aquella celda que llevaba semanas reteniéndole. Las puertas se cerraron a su espalda con un sonoro golpe, que le hizo evocar el mazazo de un juez al dictar sentencia.
   Una condena que, en el fondo, él mismo acababa de elegir.
   -Soy español, señor Dee -añadió-. Y eso, en estos tiempos, significa que tengo honor.
  
   * * * * * * * * * *
  


   (Fase 2: Operación “Luna de Sangre”
   2 de Marzo de 1589, 18:00)
  
   Otro atardecer. Otro día más de tediosa vigilancia en un barco en el que nunca sucedía nada. Porque, ¿quién iba a querer rescatar un galeón español en pleno corazón de Inglaterra? ¿Quién estaría tan loco como para desafiar a los centinelas del temible Francis Drake?
   Sólo un loco. O un héroe. O ambas cosas.
   Sería impensable que hubiese allí alguien así. Y no: de hecho, no había uno.
   Había dos.
   - Se están retrasando -masculló Entrerríos padre, disimulando el hastío. El plan de Amelia había resultado demasiado largo; pero no tenían elección.
   - Sólo tenemos que fingir un poco más, don Diego -replicó su hijo, encantado de que la larga espera llegara a su fin-. Si Dios quiere, el barco pronto será nuestro otra vez. No soporto ver a mis compañeros a dos pasos de mí y no hacer nada por ellos.
   El plan era simple. Ya tenían una copia de las llaves, y llevaban suficiente tiempo ganándose la confianza de los guardianes enemigos. De momento sólo eran dos hombres contra muchos, y el plan no era honorable; pero si jugaban bien sus cartas...
   -Hay un guardia vigilando la bodega; yo me encargaré de él -decidió el joven Alonso, entrando en el campo de visión del guardia y dirigiéndose a él en inglés.
   -Vengo a relevarte -tenía una sonrisa amable en la cara-. Puedes irte a descansar...
   Una vez estuvo cerca del soldado, sacó rápidamente su daga y le rebanó el cuello.
   -... al infierno, perro hereje.
  
   “Diego Alatriste”, mientras tanto, ya estaba descendiendo las escaleras con absoluto sigilo. A aquella hora no debería haber bajado a la cubierta inferior nadie, y lo sabía. De manera que no dio al segundo centinela ninguna oportunidad. El desgraciado cumplía demasiado bien su deber: en el último instante, le vio y estuvo a punto de dar la alarma. Pero Alonso extrajo de su bota una daga que cortó el grito del infortunado al atravesarle la garganta.
   Se sorprendió al descubrir a su hijo pisándole los talones.
   -Sois sigiloso, a fe mía -tuvo que disimular una leve sonrisa de orgullo-. Demasiado para un novato.
   -Estoy aprendiendo a ser espía, como dijisteis. He escondido ese cadáver en un armario, llevamos uno cada uno... y ya es tiempo de que los nuestros tengan su hora de venganza.
   Le devolvió una sonrisa pícara y cogió las llaves que habían llevado a copiar días antes, abriendo la puerta lentamente para que no chirriara. Entró el primero y pudo contemplar a veinte hombres pálidos y tristes, producto del encierro y de no ver el sol. Apretó el puño de su espada, tratando de controlar su furia.

   -Se acabó el estar aquí, languideciendo como cadáveres en un agujero. Es hora de salir, y vengar a nuestros camaradas muertos a manos de esos perros. Hola, Pere, arriba, Antonio; amigos, venimos a sacaros de aquí. Capitán Ordóñez, señor: don Diego Alatriste, aquí presente, nos dirá cómo recuperaremos nuestro barco.

(CONTINUARÁ...)

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