CAPÍTULO 4.- VIDA Y MUERTE
Azirafel abrió el paquete que había en su despacho, miró el contenido y lo dejó caer con indignación.
- ¡Shoder! -se le escapó, mientras de algún sitio le llegaba un aviso sonoro de amonestación. Un ticket de notificación cayó sobre su mesa. Genial: para una o dos palabras malsonantes que soltaba en seis milenios, no sólo no conseguía pronunciarlas -en aquel lugar había algún filtro sonoro que lo impedía-, sino que además ¡el Cielo había creado una especie de dispensador de multas!
- Y más que me van a oír -gruñó, dirigiéndose a las escaleras con el contenido del paquete-. ¡Esto es indignante!
Había subido la mitad del último tramo cuando le interpeló una voz:
- ¡El nivel superior está prohibido!
“Y qué casualidad que estés ahí vigilando, sin acecharme ni nada, ¿verdad, Miguel?” estuvo a punto de contestar, pero controló sus modales y señaló con autoridad:
- Soy el Arcángel Supremo. Tengo acceso a los nueve niveles celestiales.
- Pero no al décimo -insistió Miguel-. ¡Es el Sanctasanctórum!
- ¿Acaso puedes localizar al Metatrón en otro sitio?
Incapaz de captar la ironía, Miguel sacó algo parecido a un teléfono y marcó un número, pero al cabo de unos instantes negó con la cabeza:
- No contesta.
- Lo sé. Yo también lo he intentado antes de venir -suspiró Azirafel, reanudando la subida.
El último nivel acababa en una puerta. Levantó el puño para llamar, pero al observarla se detuvo. Era blanca (como todo allí), con molduras elegantes pero sencillas, similares a las de un capitel dórico. Sin embargo, algo en ella imbuía respeto. Tardó unos segundos en armarse de valor para llamar.
- Yo no lo haría… -le aconsejó Miguel, con temor reverente.
Su interlocutor estuvo a punto de darle la razón y retirarse, pero ya era tarde: la puerta se abrió y le mostró un despacho similar al suyo. El Metatrón, pues no era otro su ocupante, indicó a Azirafel que entrara con un gesto poco amistoso. Miguel suspiró con alivio cuando la puerta se cerró tras ellos, dejándole fuera.
Azirafel avanzó sólo un par de pasos, abrumado por una sensación intimidante, pero no sólo a causa del Metatrón. El motivo era algo terrorífico, al fondo de la nueva sala. Algo pulsante, blanco, vivo, que emitía…
Parpadeó y la imagen se estabilizó, mucho más clara. ¿Cómo había podido marearse tanto? Al fondo sólo había una puerta más, pero desvencijada y sin molduras. Parecía hecha de toscas y gastadas vetas blancas, formadas por gruesas fibras de luz casi leñosas. Aunque sí había en ella algo extraño y… antiguo.
- Todo empezó aquí -explicó el Metatrón, en pie a su lado -. Hubo un tiempo en el que sólo existía esa Puerta, y ningún otro nivel celestial.
Azirafel asintió con sobrecogimiento. Su preocupación de un rato antes se le antojaba anodina. Había sido un estúpido al subir.
- Esa Puerta emite ondas de… de vida. ¿Y ese libro…?
- El libro de la Vida --asintió el Metatrón, volviendo a sentarse tras su mesa. En ella reposaban, junto al enorme Libro, útiles de escritura de varias épocas: tablillas de cera, plumas de ave, estilográficas…- Supongo que has notado algo parecido a ondas gravitacionales, pero yo además puedo oírlas. Y ponerlas por escrito - señaló la extraña Puerta y miró a su subordinado con curiosidad-: ¿Las oyes tú?
El Arcángel Supremo negó con un gesto:
- Lo siento, pero no. Sólo noto ráfagas de energía. O de vida, y de eso quería hablarte. O más bien de lo contrario.
Azirafel dejó sobre la mesa el contenido del paquete. El Metatrón se encogió de hombros:
- Es tu espada. Eras el ángel guardián de la puerta Este del Edén.
- Es un instrumento de muerte. La espada de la Guerra, ¡y yo odio las guerras!
El Metatrón lo miró fríamente:
- No quiero saber qué negligencias cometiste para que esa espada acabara en manos de la Guerra. Pero, por eso mismo, debes custodiarla. Es parte de ti.
- Yo no me siento parte de… ¿por qué se me asignó?
- ¿Quizá porque no tú no harías un mal uso de ese poder? No deberías cuestionarlo.
- Pero en esta nota se me ordena usarla -mostró la carta que acompañaba al paquete. Contenía una breve frase: “Destruye al responsable”. Junto con el nombre de una ciudad y una cifra negativa: -65 Lázaros.
- Porque ése es un buen uso. Y antes de que lo preguntes: no puedes pasarle esta misión a otro.
- ¿Por qué querría yo pas…?
- Porque es en Londres. Y sabemos quién puede ser el responsable. Sigue allí, ¿no?
Azirafel tragó saliva, a pesar de que fisiológicamente no debería necesitar eso para deshacer el nudo que tenía en la garganta. Sabía que su superior lo estaba poniendo a prueba.
- No sé dónde está Crowley, pero matar no es su estilo. Lo suyo son las tentaciones, y no se puede tentar a los muertos.
- Mejor para él -decidió su superior-. Ahora empuña esa espada y sal ahí fuera. Está muriendo gente. Y la causa es sobrenatural, así que esta vez sí tienes que intervenir.
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SANGRE CULPABLE
La parte “exótica” del Soho tenía dos caras. La nocturna estaba animada por rótulos luminosos que prometían todo tipo de diversiones (algunas incluso legales). Pero la diurna era un erial de rejas cerradas, muros descuidados y callejones salpicados de ocasionales restos de resaca.
O a veces, restos de cosas peores.
El lugar no era precisamente nuevo para el vehículo policial que se detuvo junto a una de las callejuelas. Ni para la agente que se apeó de él.
- Inspectora Jones, de Homicidios -declaró, credenciales en mano-. ¿Qué tenemos?
- Un cadáver… extraño. Llevaba en su abrigo un alijo de pastillas y una prenda de ropa interior de talla pequeña -el joven policía reprimió una mueca de disgusto-. De niña...
- ¿Han cruzado los datos con nuestros registros de narcotraficantes y pederastas?
- Estamos en ello, pero será difícil porque está... -el agente le dedicó una mirada significativa-. Es bastante desagradable.
- No me diga. Y yo que elegí este trabajo por las bonitas vistas -fue la sarcástica respuesta. Jones se dirigió a la forense-: ¿Qué ha sido esta vez, Sato? ¿Sobredosis o reyerta?
La forense Sato se giró al oír la voz, se hizo a un lado y le mostró lo que estaba preparando para trasladar a una camilla.
Jones contuvo un silbido de asombro.
- Esto no parece… de hoy.
- A primera vista, no. Queda poco más que el esqueleto; algo ha consumido los tejidos blandos. Parecería el trabajo semanal de miles de insectos necrófagos. Pero lo raro es… -la científica dirigió a Jones una mirada especial- que los “insectos” responsables han desaparecido misteriosamente, junto con el teléfono móvil de la víctima.
- O quizá no tenía teléfono.
- Pero sí tenía en su ropa un cargador USB-C. Y no lleva aquí una semana, sino unas horas: las manchas de sangre del suelo están recién coaguladas y no hay señales de descomposición.
- Ni siquiera huele mal -asintió Jones-. He tenido compañeros de piso menos limpios. Pero si es demasiado reciente para estar así, ¿puede haberlo consumido un animal grande, o algún producto químico?
- ¿Sin desordenar los huesos y sin alterar la sangre? -Sato negó con la cabeza-. Analizaremos las muestras, pero dudo que encontremos nada de eso.
- No esté tan segura: podemos llamar a los “cazafantasmas” de Torchwood o de UNIT. Se ocupan de casos raros, y hoy tenemos varios como éste.
- Ésos tampoco encontraron nada la otra vez.
- ¿Otra v…? Espere, ¿¡ha visto esto antes, Sato!?
- Sí, hace cuatro años. En los restos de una oficina dedicada a estafas telefónicas -la forense terminó con la camilla, desechó los guantes y añadió en voz baja-: Pero nadie nos creyó. Las pruebas desaparecieron, las presuntas víctimas reaparecieron vivitas y coleando, y los periódicos estaban demasiado ocupados publicando palabrería sobre el Apocalipsis.
No muy lejos de allí, en un tugurio especialmente lóbrego, miles de gusanos acabaron de limpiar otro esqueleto y se retiraron de manera antinaturalmente coordinada. El repugnante enjambre adquirió altura hasta fundirse en un ser de gran tamaño y forma humanoide, que se relamió con deleite:
- Hacía cuatro años que no me daba estos caprichos.
- Y no deberías, Hastur -observó Shax, irritada-. No hasta el día del Apocalipsis.
- Que debería haber sido hace cuatro años -insistió él-. Hemos esperado de más.
La diablesa no contestó. Pasó por encima de los huesos de otro difunto secuestrador, con un gesto vaporizó una puerta de seguridad e indicó la salida a unas asustadas prisioneras. Las jóvenes huyeron balbuceando frases de agradecimiento en varios idiomas. Shax les dirigió unas palabras arcanas, borrándoles cualquier recuerdo sobre quién las había liberado, y esperó a que salieran mientras revisaba algo.
Era un teléfono móvil. No era suyo.
- A Crowley le gusta jugar a detectives -observó, burlona-. El primer delincuente que detuvimos para él, ése de las pastillas y la niña, hizo llamadas a gente muy interesante: matones, traficantes, proxenetas… y mira, dos políticos y una inspectora de policía ¿corruptos?
- Nadie los echará de menos -sentenció Hastur, tomando ávidamente el aparato-. Sólo temo que estemos haciendo algo bueno para la Humanidad.
- Al menos no empieces por los peces gordos; llamarían la atención -le recordó Shax-. Y si encuentras más víctimas, hay que liberarlas. Ya sabes, por lo del trato con Crowley.
- ¿Por qué eres tan cuidadosa? Este mundo ya está muerto, sólo que todavía no se ha enterado.
- Porque así es como se manipula a Crowley. Sólo él y Azirafel saben dónde está la clave del Apocalipsis, ¿recuerdas? Tú sigue el plan, deja que se confíen y dame tiempo.
Fuera del edificio esperaba una niña. Llevaba un aro de plata en la nariz y miraba al cielo; parecía ajena a todo. Shax la tomó de la mano y emprendió la marcha hacia a la parte decente y aburrida del Soho, sin reparar en las huellas sanguinolientas que dejaban sus carísimos zapatos de Loboutin.
Hastur meneó la cabeza al ver el rastro, lo eliminó y volvió su atención a los nombres del teléfono. Estaba bien surtido: sólo en contactos de negocios ya había 66 nombres, sin contar a los políticos. Ya había acabado con la mayoría, pero decidió citar a algunos más para comer. Aunque no de la manera que ellos querrían, claro.
1 comentario:
Mmmm Metatron es el jefe de policia y Aziraphale es policia malo. Esta potente el cigarro.
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