03 abril 2020

MdT: TIC-TAC 5 - Raquel

TIC-TAC 5 (Cualquier tiempo pasado)
RAQUEL

    Se alejó con prisa mientras las lágrimas fluían y la miraba un policía que a punto estuvo de decirle algo. Había llorado al oírlo, había llorado al decidir lo que haría, mientras lo hacía y cuando lo hubo hecho. Durante años, Raquel lloró cada una de las veces que volvió a recordarlo, y fueron muchas. Parecía que sus ojos, su corazón y su memoria estaban conectados por un mar inagotable.
   ¿Cómo había podido hacerle algo así Miguel? ¿A cuántas se lo había hecho antes? ¿A cuántas aún se lo haría después? Nunca lo hubiera esperado de él, precisamente de él que nunca le había ocultado nada: pero esa debía ser su estrategia, ir de tío abierto y sincero, jugar la carta de la honestidad para aprovecharse de mujeres cansadas de lo mismo de siempre. Si se lo hubiera dicho cualquier otra persona, lo hubiese enviado a tomar viento, pero había notado que aquel hombre del servicio secreto hablaba desde un dolor muy interno en el que, tras descubrir la traición, se veía reflejada. 
   No pudo quedarse mucho tiempo en Carabanchel. Se mudó a Usera en cuanto pudo, porque no se creía capaz de soportar la posibilidad de volver a cruzarse con él. Si volvía a ver a Miguel Martínez, el mundo se le vendría abajo; aún más.

   Pasaron los años. Pasaron los 80, los 90, llegó el nuevo milenio. Raquel duplicó su edad. Había tanta distancia entre su nacimiento y el día en que le rompieron el corazón como desde entonces al ahora. Sus amigas y compañeras de trabajo seguían intentando encontrarle pareja, pero ella no buscaba. Sencillamente, no confiaba lo suficiente para buscar o para intimar.
   Aquella tarde, había quedado con una de aquellas amigas. A sus 44, seguía teniendo buen tipo y era una persona dulce y amable, pero pocas veces alegre. Se leía la tristeza en su rostro, y a veces una rabia y una amargura que había aprendido a soterrar. Pepi era un poco más joven y un poco más atolondrada, quizás más exuberante: nunca le habían hecho daño de la misma manera que a Raquel, y no cerraba sus puertas, seguía tanteando. Para Raquel, seguía buscando problemas. Por eso, entre otras cosas, salía con ellas: para que no les hicieran daño, o al menos que no se arriesgaran por quien no lo merecía. Sí, Pepi era más feliz, pero Raquel había vivido una relación que, aunque corta y dolorosa, le había permitido sentir con una intensidad duradera; por eso le dolía aún, había comprendido.
   El bar estaban llenándose rápidamente. En las mesas empezaban a pedir bocatas de calamares y tapas con sus cervezas. Una señora emperifollada había intentado quitarse 20 años de encima a base de colorete. A su lado había dos tipos que parecían hermanos tomando botellines (y llevaban unos cuantos) mientras hablaban de historia... o de arte... No era fácil seguirlos sin ser maleducada. Pepi y Raquel tomaban un bitter: luego iban a salir con el resto de amigas para la cena en la que despedirían a don Matías, el gerente. 50 años con la empresa.
   - Va a ser una cena de carcamales, Raquel. Que ya curraban cuando nacimos. Que la media de edad es la edad media.
   - Pero si Matías es un amor, Pepita. Que su ayudante Jorge, el que se va a meter ahora, es mucho más joven...
   - ¿Está cachas, verdad?
   - ...pero tiene la personalidad de un cactus.
   - Ay, pincha pero decora. Tú es que ya no te fías y se te olvida disfrutar por el camino...
   - El tiempo -dijo señalándose las patas de gallo que apenas disimulaba con el maquillaje, ¿para qué?-, es el que es. Y envejecer puede ser una putada, pero somos quienes somos a fuerza de golpes, no de gimnasio. Aunque nos duela, seguimos; aunque nos jodan, seguimos. Mira, hace 20 años que no soporto escuchar a Leño: no por ellos, porque me traen recuerdos que no quiero. Pero hay una canción que les escuché tocar en directo y que es mi vida: "empecé a contrapelo", joder, vaya si empecé a contrapelo, "la carrera de sobrevivir. Recorrí sin abandonar el mapa de la decepción".
   - Eres la alegría de la huerta, Raquel.
   Pero ella no se rindió:
   - "Acerté, sin avasallar, a poner en marcha mi reloj". 
   Raquel se giró hacia sus vecinos de barra: los hermanos se habían quedado callados, escuchándola desde hacía rato.
   - "Conseguí, sin degenerar, que mi vida sea rock'n'roll" -terminó uno de ellos, el más alto, con las primeras canas en la barba.
   En lugar de escurrir el bulto avergonzados, se miraron. Se miraron con algo parecido a la alegría, a la conexión entre ellos y con algo mayor. Se miraron con un silencio de satisfacción. 
   - Escucha, Javier -dijo el otro hermano, que lucía perilla y pelo rizado-. Una de viajes en el tiempo, pero: en un ministerio. Para que se junte lo fantástico y lo cotidiano.
   Y no volvieron a prestar atención a Raquel ni a Pepi, pero cuando ellas se acabaron el bitter y se fueron a cenar, allí seguían, y siguieron otra media hora, apuntando cosas de vez en cuando en una libretita.

   Cuando acabó la cena, que se hizo muy larga con los parlamentos de todos los que tenían que contar cosas buenas de Matías, todos se quedaron aún varias horas hablando a la puerta del restaurante. Pepi le hacía ojitos a Jorge y le reía chistes sin gracia a la puerta del restaurante, y Raquel estuvo un buen rato hablando con don Matías, escuchando a gusto las muchas historias de su vida y atreviéndose a contar algunas de las suyas. Incluso aquella.
   Se despidieron ya no como compañeros de trabajo, sino como amigos. Y, de vuelta a casa, a altas horas de la madrugada, acompañada por unos churros, Raquel siguió tarareando, por primera vez en mucho tiempo sin dolor:
   - "Y mientras tanto, ya lo ves, ¿qué es lo que podemos hacer? Viviré con intensidad cualquier motivo o sensación. Subiré otro escalón, cuando sienta la necesidad".
   Raquel sentía que había ascendido por fin un escalón, pero no entendía cuál podía ser. Lloró, sin saber que iba a ser la última vez de toda su vida, unas lágrimas que no venían del resentimiento, que sabían a salada liberación:
   - "Lloraré alguna canción con las cosas que no supe hacer".
   Y no se atrevió a cantar los últimos versos, que hablaban de la muerte. Porque entendió que había cumplido los años de su luto, que habían pasado tantos años desde la traición de Miguel como desde su nacimiento hasta entonces. Que le tocaba renacer, y que por fin volvía a permitirse la posibilidad de vivir sin miedo.
   Justo entonces empezó a amanecer.

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