24 octubre 2019

El final de la cuenta atrás. I

Este es el relato de la actual partida de rol que estamos jugando por correo electrónico.

Está escrito, por tanto, junto a todos los miembros de la partida:
Alberto, Álex, Daniel, David, Nieves y Óscar. 



EL FINAL DE LA CUENTA ATRÁS
I. DESPIERTA

   Las nieblas del sueño, espesas y de un oscuro carmesí, empiezan a retirarse alrededor. Pero no de manera natural. A diferencia de todas las otras veces, de todos los otros sueños, esta vez alguien o algo me acaba de despojar de mi identidad mientras dormía.
   Trato de asir los últimos retazos de mi memoria, que se escurren de entre mis oníricos dedos, hasta que, justo antes de despertar, me aferro con fuerza a una idea, un concepto, una sola palabra donde se concentra la esencia de quién soy...

   El peso del cuerpo se siente descender, caer suavemente en la oscuridad. O tal vez es solo la sensación del mundo de la vigilia que se abalanza sobre el durmiente. Se posa sobre algo concreto, un duro suelo, polvoriento, bajo la espalda. Una sábana blanca cae sobre el rostro, y al instante siguiente, el despertar.
   Seis bultos se incorporan a la vez bajo el lienzo, mascullando una palabra cada uno:
   - Justicia.
   - Padre.
   - Tierra.
   - Determinación.
   - Proteger.
   - Venganza.

   Cuatro hombres y dos mujeres se quitan una sábana de la cara, la última voluta de su pasado desvanecida en el aire. Todo, incluso su mismísimo nombre. Seis sábanas, seis perfectos desconocidos.    Todos están desnudos bajo el círculo de sábanas. En el centro del círculo que forman hay una séptima sábana blanca, más baja, bajo la que se percibe una forma imprecisa.
   A un lado se extiende una llanura desértica, salpicada por algunos árboles secos y matorral bajo que bañan los primeros rayos de sol de un nuevo día. Amanece. En este momento, el aire es agradablemente fresco.
    Al otro, muy cerca, se levanta casi en vertical un monte rojizo que podría medir un kilómetro, coronado por una amplia meseta.
 Uno de los muchachos se levanta lentamente y observa atento a su alrededor. Su complexión es delgada pero su cuerpo parece fuerte y resistente. Es moreno y su piel está muy bronceada, sus facciones son vastas y tiene la nariz ligeramente torcida, pero lo compensa con una gran sonrisa y unos ojos sinceros.
   - ¿Alguien sabe cómo hemos llegado aquí? -pregunta.
   - ¿Quiénes sois? ¿Quién soy yo? -inquiere con algo de estupor otro joven de piel clara, melena castaña y lisa hasta los hombros y ojos pardos nerviosos.
   Una mujer joven de porte regio, pómulos altos y piel acaramelada, fina y sedosa, se levanta cubriéndose con la sábana. Su melena azabache le llega hasta la rabadilla. Por entre los pliegues de la sábana se adivina un complejo tatuaje que le cubre toda la espalda y ambos brazos. Estudia lo que le rodea con cierta intranquilidad y estupefacción, pero aún no dice nada.
   Se levanta luego un hombre de rostro adusto con algunas canas primerizas en la sien, por lo demás su pelo es castaño oscuro. Mira uno por uno a los demás y a sí mismo, constatando que no es ni el más fornido, ni el más alto, y aparentemente sí el de más edad.
   La otra mujer apenas ha asomado un ojo, enmarcado en rizos dorados. Se vuelve a cubrir y murmura bajo la sábana: "¡cuántos hombres!". Entonces se escucha un rasgón de tela y asoma la cabeza por el centro, cubriéndose pudorosamente con el resto con el improvisado poncho. Es una joven rubia de ojos azules y facciones ligeramente más anchas de lo habitual. Cuando se pone de pie no resulta ser demasiado alta: ¡es una enana! 
   - Ah, hay otra chica, ¡menos mal! -sonríe con timidez y simpatía a la belleza negra- He oído a alguien preguntar cómo hemos llegado hasta aquí, así que veo que estáis tan perdidos como yo. ¿Vosotros me habéis echado esta sábana encima, o ha caído de la nada con nosotros? ¿Quizá no hemos venido, sino que nos han traído?
   La enana examina la llanura y la montaña, buscando pistas de su ubicación. Le molesta la luz del día, entorna los ojos. Y presiente que pronto será peor.    Repite entonces la única palabra que se trajo de su pasado:
   - Proteger.
   La sexta figura vuelve a taparse con la sabana, convencida de que está soñando aún y de que pronto despertará.
   El joven de las facciones vastas se anuda la sábana a la cintura mientras reflexiona sobre el torrente de preguntas de la enana:
   - Tampoco recuerdo nada, ni siquiera quién soy. Propongo mirar qué hay debajo de la sábana que tenemos en el centro del círculo, y empezar a movernos -clava la vista en el cielo, y añade-. Hoy hará mucho calor y aquí estamos expuestos. ¿Nadie tiene ninguna idea de dónde estamos?
   - Solo puedo decir que preferiría protegerme en alguna gruta las horas de más calor -responde la enana, mirando la blancura de su piel-. A no ser que aquí en medio encontremos algo mejor. ¿Qué hay ahí debajo?
   En dos pasos se planta ante la sábana del centro y la retira de golpe mientras sus compañeros se acercan. Un pequeño montón de objetos, la mayoría desconocidos, aparece debajo. "Justicia", el joven aprensivo de melena larga, alarga la mano hacia una vaina corta que pende de un cinturón verdoso hecho con la piel de algún reptil. Del ojo de la empuñadora de lo que parece una daga cuelga, cordada en negro, una pequeña pluma azul a modo de adorno. La daga no tiene guarda ni cruz que separe la hoja de la empuñadura.
   Traga saliva, expectante, desenvaina la daga, y todos ahogan una exclamación de sorpresa cuando parece saltar en su mano:
  - Yo tampoco sé... ¡vaya!
   Al salir de su vaina, la daga se convierte en una estrella de cuatro puntas con un anillo central atravesado por la empuñadura por la que "Justicia" sigue sujetando el arma. Sus cuatro hojas -con motivos de plumas grabados- tienen señales de uso, pero están bien afiladas. Al envainarla, el arma vuelve a tomar la apariencia de una sencilla daga. 
   - Esto... me resulta familiar -"Justicia" se pone la sábana a modo de túnica y se la ciñe con el cinturón-. Puede que haya alguien que nos conozca por aquí cerca.
   El joven que retiró la sábana (¿pudo ser el que dijo "Tierra"?) se acerca a una enorme hacha que pende de una bandolera con muchos bolsillos; todos vacíos. Al coger el arma, siente por un momento que pesa más de lo que deberían la mera madera y el acero. El hacha, no obstante, está muy bien equilibrada y su filo parece ideal para cortar madera... o casi cualquier cosa. En la parte del mango unida al acero hay una palabra escrita: "IGUALADORA".
     La mujer de piel oscura (casi seguro que fue su voz la que dijo "Padre") toma un libro bastante gastado de tapas verdes.
    - Estoy de acuerdo en que deberíamos buscar refugio. Este sol nos abrasará como sigamos expuestos. El libro verde tiene un peso curiosamente familiar para la joven: siente que lo ha sostenido muchas veces y que ha pasado largas horas estudiando su contenido... ¿o tal vez escribiéndolo? Por el grosor del lomo, no parece demasiado grande, no llegará al centenar de páginas. Sin embargo, al abrirlo descubre que contiene casi mil, muchas de ellas repletas de textos, fórmulas, dibujos y esquemas que comparten un código misterioso que, a la que la joven pone algo de empeño, no le cuesta demasiado empezar a descifrar.    - Es un libro de conjuros -musita-. MI libro de conjuros -corrige, apretando el volumen contra su pecho.
    El hombre de la sien canosa solo tiene ojos para un látigo enrollado que estaba bajo el libro. Hay algo en la factura del arma que hace que un escalofrío le recorra la columna.. ¿De emoción o de reparo? Quizás es el cuero trenzado de la empuñadura, que un eco en el fondo de tu mente le dice que ha sido purificado innumerables veces. ¿Qué podría requerir tantas purificaciones?    Al desenrollarlo, el látigo se transforma en pura energía crepitante que se extiende hasta cinco metros. Instintivamente, su dueño sabe que no podrá usarlo contra nada sin alma, pero también que ignorará la armadura de cualquier viviente que se atreva a cruzarse en el camino de la venganza...     La enana permanece un poco atrás, avergonzada ante la idea de apretujarse entre tantos hombres. Junto a ella rebulle entonces el sexto individuo que se tapó bajo la sábana. Parece que por fin ha despertado, o se ha convencido de que ya no está soñando. Lentamente surge una cabellera larga y anaranjada. Le siguen unos ojos azules como el cielo, un rostro sin edad y unas extrañas orejas afiladas.
   - ¿Quiénes sois? ¿Dónde estamos? -reitera.
   Dándose cuenta de su desnudez, se levanta cubriéndose con la sábana a modo de toga. Solo entonces se percibe completamente su silueta imponente: debe medir por lo menos dos metros y con sus musculosos brazos bien podría desmenuzar piedras. Sonríe de forma pícara mientras mira hacia abajo:
   - Menos mal que la sábana era grande, ¿eh? -y le guiña el ojo a la enana, tan escandalizada como divertida.
    Entonces "Determinación" (porque debe ser él quien lo dijo) ve el objeto que asoma en el centro del montón: una espada bastarda, con la guarda en forma de doble luna y la empuñadura gastada por el uso, bien insertada en una vaina de cuero con un relieve hexagonal a lo largo de toda su extensión, que evoca un panal. Cuando desenvaina la espada esta vez no hay transformaciones espectaculares: esta espada es, sencillamente, una espada. Forjada en hierro frío, eso sí. Afilada, recta, fiable y letal. Determinación se ve capaz incluso de cortar la magia misma con ella, si se tercia.
    La vaina cuelga de un cinturón sencillo con un cierre de acero en forma de unicornio, que el portador de la espada se prende a la cintura.
    La enana acaba por sonreír, mientras contempla al grupo de jóvenes humanos (casi todos), entretenidos con sus regalos de buena mañana.
    - Por el clima, y la tierra -declara, tras haberlo pensado un rato-, os puedo decir dónde no estamos: esto no es ni Avistan ni el Mar Interior. Por el calor casi podría ser Garund, Osirion, Thuvia o Qadira, pero tampoco lo creo porque ese arbusto -señala un espécimen escuchimizado de metro y medio de altura que se alza cerca.
   Al fin se acerca al último gran objeto del montón: un enorme martillo de guerra. La dulce enana lo levanta sin ningún esfuerzo y lo estudia con atención experta: parece hecho a partir de un único bloque de metal. No tiene marcas, runas ni adornos; tampoco mella alguna. El arma se apoyaba en un pequeño paquete del que aparecen unas 10 libras de raciones de viaje enanas: en su mayoría, carne seca y galletas muy, MUY duras.
   - Solo sé que estamos en Golarion: este suelo es el suelo de nuestro mundo, de eso estoy segura. Y de que con esto os protegeré -el mango del martillo está forrado en una piel de alguna criatura correosa, probablemente nunca vista por el ojo humano. Y añade, mientras mordisquea una galleta enana-. Podéis llamarme Maza.
   Como en respuesta a su acción, el viento cambia de dirección súbitamente. El cielo de la mañana toma una coloración rosada en la última fase del amanecer, y es entonces cuando Determinación, el más alto de todos, divisa en el horizonte una silueta que comienza a acercarse a ellos desde el desierto...

(CONTINUARÁ)

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