20 mayo 2015

MdT: El jardín de los tiempos que se bifurcan (9)


Reino de Galicia, 1111
   Apenas les habían dado 15 minutos de descanso: los caballos no estaban en condiciones de emprender el camino de vuelta a casa. Pero Diego Rodríguez había tenido aquello en cuenta y ya se había procurado unas monturas de refresco, vendiendo sus preciosos árabes a cambio de unos frisones negros, fuertes como toros, de crines espesas y orejas erguidas. Se intercambiaron unas pocas frases, pero parecía claro que de intentar hacerse la tablilla de Lola, perderían la oportunidad de cruzar de vuelta la puerta del tiempo. Sin más dilación, se lanzaron al galope hacia Porriño. De vuelta al siglo XXI podían plantearse buscar la puerta 24 y hacer una estancia más planificada en 1111, o esconderse, volver a atravesar la puerta en bucle en cuanto se reiniciara su ciclo y repetir su presentación a Diego, pero contando con unas cuantas horas más de margen y ya sabiendo de la presencia de Lola y de la Llave de Ishtar:
   - ¿Y decís que esa mujer puede abrir puertas del tiempo con esa tablilla? -preguntó Diego mientras pasaban junto a Castrum Minei.
   - Podéis creerme -respondió Alonso, tratando de hacerse escuchar por encima del retronar de los cascos-, yo mismo lo he visto y he cruzado una de ellas, y acabé en la Torre de Babel.
   - Yo también lo vi -añadió Amelia-, y alguien estaba reuniendo un ejército de soldados de varias épocas en aquel lugar. Quizás lo hayan hecho varias veces a lo largo de la Historia, quizás se vendan al mejor postor, o al que tenga la tablilla.
   - El caso es que con esa Llave -resumió Diego-, Pedro Froilaz tal vez sí podría derrotar a Alfonso I cuando se enfrenten.

   Fue no mucho después cuando divisaron en la distancia una nube de polvo que iba creciendo. Uno o varios jinetes se dirigían hacia ellos desde el oeste:
   - Lo he visto -dijo Alonso ante la señal de Diego-. Creo que sólo es uno
   - Podríamos tomar posiciones en aquel cerro. Tal vez ocultarnos.
   - Tal vez adelantarnos a Amelia y plantarle cara. Si es que es enemigo.
   - Tal vez podríais fijaros un poco -les interrumpió ésta, frenando a su montura-. ¡Mirad!
   En efecto, era un solo caballo el que se dirigía a su encuentro. El jinete estaba sentado de una forma extraña, entre cogiendo las riendas y abrazándose al cuello del animal, que corría aún más que los suyos.
   - Pero... ¡que me aspen si no reconozco a ese caballo! -exclamó Diego-. ¡Si es "Salomé", la menor de mi cuadra!
   - Ya monta mucho mejor que antes -juzgó medio sarcásticamente Alonso de Entrerríos, ignorando la reprimenda de la mirada de Amelia. Ambos habían reconocido al jinete, claro, que no era otro que Julián. Cuando llegó a su altura, Diego se ocupó de que el animal se detuviera, al fin. Julián, en cambio, estaba congelado, agarrotado en su abrazo del cuello de la yegua. Poco a poco fue moviendo los ojos y el cuello, tragó saliva y, temblando, se incorporó:
   - ¿Cómo...? -alcanzó a decir con un hilo de voz- ¿Cómo se le dice a estos malditos animales "quiero ir rápido pero no matarme en los desfiladeros"?
   - ¿Qué hacéis aquí, Julián?
   Su compañero miró hacia atrás, nervioso y jadeante por la tensión.
   - Creo que los he perdido. Salieron hombres del Ministerio, de la puerta de Diego; vi a tres. Me escondí en las cuadras, pero me iban a encontrar, así que ensillé a esta devoramillas letal, conseguí sorprenderlos y me fui.
   - Pues prepárate a sorprenderte tú -le contaron lo que habían descubierto en Maceda y  Julián  fue relegando su experiencia al galope por los montes gallegos a sólo un mal recuerdo.
   - Estamos atrapados -constató Amelia.
   - Podemos sorprenderlos, un ataque combinado por varios flancos podría dejarnos llegar hasta la puerta.
   - ¿Y luego qué, Alonso? ¿Acabamos con medio Ministerio mientras buscamos la puerta 24? ¿Y si en esa versión del Ministerio no existe la puerta 24?
   - ¿Entonces?
   - Volvemos a Maceda, buscamos a Lola Mendieta y encontramos su puerta. Ella ha tenido que llegar con otra puerta clandestina de las suyas, y dudo que también esté en bucle. Desde allí podremos salir, si no hasta 2015, al menos a otro momento futuro.
   - Hay algo que me preocupa más que la Llave de Ishtar -dijo Julián.
   - ¿Más? -exclamó Alonso.
   - Ese prisionero que tiene el rey de León y por el que Lola está dispuesta a venderse y cambiar la Historia.
   Amelia compartía su inquietud:
   - Sí, también he estado pensando en eso. ¿Sabéis algo de eso?
   Diego se encogió de hombros:
   - No estoy demasiado al tanto de lo que se cuece en el reino vecino, pero si hay algún prisionero importante en "las mazmorras", se refieren a las Torres de León. Dos patios de armas, muros de casi nueve varas y torres de 25.
   - ¿A cómo anda la vara? -preguntó Julián a Alonso.
   - Si es vara castellana, algo menos de un metro.
   - Y será un lugar bastante vigilado.
   - Inexpugnable.
   - Esos son los que me gustan -declaró Alonso, con una sonrisa lobuna.
   - ¿Qué hacemos entonces, jefa?
   Amelia ponderó sus opciones. Tenía que ser lógica, reducir el problema a sus componentes esenciales, y tomar una decisión basada en las prioridades:
   - Primero hay que quitarle la llave a Lola. Si se le ponen las cosas difíciles con Froilaz, querrá huir y nos llevará hasta su puerta. Y una vez la controlemos, podemos ocuparnos del prisionero de León.
   - Vamos, que quieres que lo hagamos todo.
   - Tenemos una pequeña ventaja: las tropas de Froilaz no saldrán de Maceda hasta dentro de dos días. Tenemos ese tiempo para encontrar a Lola Mendieta y detenerla.
   - Vale -aceptó Julián, resignado-. Vayamos a Maceda, pero un poco más lento: tengo el culo destrozado...

   Al llegar aquella noche, divulgaron la descripción de Lola, y Diego no tardó en dar con quien podía saber de ella:
   - Se llama María Encarnación de Loza. Dicen que es una dama al servicio directo de Doña Urraca, y se hospeda en un caserío cerca del molino.
   - Doña Urraca es la reina de León y madre del presunto rey de Galicia -explicó Amelia a Julián y Alonso-, tiene intereses en ambos bandos.
   - Típico de Lola, ¿para qué arrimarse al sol que más calienta, pudiendo arrimarse a dos?
   - ¿Asaltamos la casa?
   - Habría que ser más sutiles -Julián opinaba que si la hacienda de la "Señora de Loza" era claramente saqueada, podía no encontrarse en suficiente mala posición frente a Froilaz, y no les llevaría hasta la puerta. Alonso era más partidario de una acción directa, ya que creía que la puerta clandestina de Lola debía estar en el mismo caserío.
   - ¿Qué alternativa proponéis entonces para lograr el objetivo? -preguntó Alonso, un tanto enfadado-. Somos fugitivos del Ministerio, pueden presentarse aquí en cualquier momento.
   Julián reflexionó. Objetivo...
   - ¿No habéis escuchado a Objetivo Birmania, verdad? Los amigos de mis amigas...
   - ¿Qué quieres decir?
   Julián sonrió, con la idea de un plan, arriesgado, pero plan, empezando a aparecer en su horizonte:
   - Son mis amigos. Pero, ¿y al revés?
   Amelia lo entendió la primera. Y sí, era muy arriesgado.

* * * * * * * * * *

   Alguien llamó a la puerta del caserío. Abrió un hombre de aspecto torvo, con una cicatriz que le atravesaba la mejilla izquierda desde el ojo hasta el mentón.
   - La señora de Loza no va a recibir a nadie hoy. Es tarde, marchaos.
   Julián puso un pie en la puerta para que el tipo no se la cerrara en los morros.
   - No vengo a ver a la señora de Loza. Vengo a ver a Lola Mendieta.
   - Déjalo pasar -se oyó decir desde otra parte del interior, no demasiado lejos. No sin reticencias, el guardaespaldas de Lola dejó entrar al visitante. Ella estaba de pie junto a la chimenea y su expresión pasó de la duda a la sorpresa al verlo entrar-. ¡Julián!
   - Hola Lola. ¿Te trata bien este tiempo?
   - Un poco húmedo para mi gusto. Gonzalo, puedes dejarnos solos. Tengo que tratar asuntos con este buen amigo.
   Sin discutir, el guardaespaldas se marchó a la cocina. La peregrina idea de Julián parecía haber funcionado: si en este tiempo el Ministerio les perseguía como rebeldes que querían cambiar la Historia, era cuanto menos posible que hubieran unido sus pasos, en algún momento, con los de Lola Mendieta. Estaban en el mismo bando.
   Lola se acercó con pasos rápidos hacia Julián, con una sonrisa franca. Julián se esperaba que un apretón de manos de colega, un abrazo fraterno... En cambio, no se esperaba que, sin perder la sonrisa, Lola le pegara un bofetón,  y cuando aún estaba aturdido, tomara su cara entre sus manos y lo besara apasionadamente. Su lengua buscaba la de él y su pecho parecía querer fundirse con el suyo. 
   - Eres un desgraciado, Julián -dijo finalmente-. Pensé que habías muerto en la Batalla del Ebro -volvió a besarlo como si quisiera devorar sus labios, como si quisiera beberse su aliento. Olía a agua de rosas, y a miel de azahar-. ¿Por qué no me dijiste nada en todo este tiempo?
   - No fue fácil salir de allí, ni volverte a encontrar -mintió Julián, forzándose para no romper el abrazo de Lola, cogerla de la cintura y tratando de mantener una actitud acorde a lo que ella esperaba-. ¿Por qué has venido aquí?
   Lola le acariciaba el pelo y recostó la cabeza en su pecho:
   - Encontré algo en Sevilla, un artefacto que permite abrir puertas a un lugar increíble -Lola sacó de su escondite la Llave de Ishtar y se la dio a Julián para que la examinara. Estaba ilusionada, entusiasmada-. Conocí al Guardián de la Llave. Tiene un ejército, Julián, un ejército de hombres de todas las épocas, sacados de lugares y momentos al borde del desastre. Y está dispuesto a utilizarlo en favor de cualquiera que luche contra sus enemigos.
   - ¿Que son?
   - Los nuestros. El Ministerio del Tiempo -Lola sonrió de forma misteriosa-. Y por la mayor de las casualidades, o del destino, encontré la forma. El alfa, lo que siempre habíamos estado buscando... Sí, mi amor: si esta misión sale bien, será la última. Acabaremos con el Ministerio del Tiempo, de una vez y para siempre. Y de manera irrevocable.
(CONTINUARÁ...)

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