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(Sevilla, 1793)
Julián todavía temblaba cuando entregó a Amelia las muestras médicas y su informe de diagnóstico.
- Alonso ha desaparecido -le informó la joven, cuando estuvo segura de que nadie les escuchaba.
- No me extraña: debe haber notado algo raro. Alguien está intentando envenenar a Goya. Cambiar la Historia.
- Tenemos que investigarlo.
- Déjalo a mi cargo. Salvador necesita estas muestras: puedes pedirle otro móvil como el mío. Así te mantendré al tanto.
Amelia se sorprendió al notar la mirada de preocupación de su compañero. ¿Intentaba ocultarle algo?
El enfermero forzó una sonrisa. Pero no consiguió engañarla.
- Volveré pronto, Julián.
* * * * * * * * * *
(Oficinas del Ministerio, 2015)
El subsecretario recibió el maletín médico y dedicó un gesto de aprobación a los dos agentes.
- Gracias a ambos. Velázquez, me ha sorprendido usted gratamente: puede retirarse.
Salvador aguardó hasta quedarse a solas con Amelia, antes de abordar el problema:
- Señorita Folch... si la enfermedad de Goya vuelve a estar controlada, ¿por qué no han regresado Alonso ni Julián?
- Están investigando algo más.
Julián ha encontrado pruebas de que alguien intentaba adelantar la
muerte de Francisco de Goya. Aún no sabemos quién, pero no se puede
dejar ese cabo suelto.
- ¿Alguien intenta cambiar deliberadamente la Historia? ¿Como Leiva? ¿O como Lola?
- Pronto lo sabremos, señor. Pero ya que estamos a solas, tengo que hablar con usted de algo más.
Amelia estaba muy pálida: claramente, temía abordar el tema, pero estaba decidida a hacerlo.
Salvador mantuvo su habitual
aplomo, pero era pura fachada. En el fondo, él temía mucho más aquella
conversación. Y sabía que no podía evitarla.
- Julián tiene miedo de algo -continuó ella-. Y
sé que es difícil asustarle: le he visto salvar gente de situaciones
muy peligrosas. Desprecia su vida por completo. De hecho, hemos llegado a
tener que impedir que se la quite.
Su superior asintió, pensativo:
- ¿A dónde quiere ir a parar?
- Se niega a decirme de qué ha
hablado con usted -Amelia le miró con aire de reproche-. Supongo que
usted se lo ha prohibido. Siempre ha confiado en mí más allá de
cualquier límite, pero ahora le detienen las normas. Sé
que es su deber... pero no me gusta. Necesito tener toda la confianza
de mi patrulla.
- Es comprensible. No volverá a
suceder. Pero por una vez, he tenido que hacerlo para ponerle a prueba.
Veo que ahora él respeta la cadena de mando. Es lo correcto.
- Él nunca había sido tan cuidadoso con las normas. Si quiere usted mantener mi confianza, necesito que me hable con claridad. ¿Qué es lo que teme?
* * * * * * * * * *
(Huesca, 1053)
Salvador guió a Amelia a través de los lóbregos pasillos de las mazmorras del Ministerio. La visita había sido breve, pero desagradable. La joven respiró con disimulado alivio cuando al fin regresaron al aire libre.
- Ya lo ha visto -sentenció el subsecretario-. Si vuelve a pasarse de la raya, esto es lo que le espera.
- Él ya ha estado encerrado en un psiquiátrico. Esto le puede asustar, pero no tanto.
- Le he amenazado con
encarcelar a alguien más la próxima vez. No sólo a él, sino también a
cualquier otro responsable indirecto de su indisciplina.
El subsecretario no apartaba al vista de Amelia. Ésta, horrorizada, comenzó a comprender.
- ¿Yo...? -la joven se rehízo
como pudo. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? El precio de la responsabilidad-. Claro. Soy su superior.
- No se preocupe: si no me da usted
un motivo mucho mayor que ése, no pienso hacerlo. Pero él debe creer que
sí. Es lo único que parece funcionar. ¿Comprende?
Amelia torció el gesto. Pero asintió.
- Supongo que ya lo sabe: Julián regresó en cuanto supo que usted estaba hospitalizada -Salvador la
escrutó con la mirada-. Lo ha superado todo por usted.
- Sé lo que insinúa, pero no tema. No sé de dónde
salió aquella foto de boda, pero es imposible: un matrimonio en mi época
me daría ciertos problemas. Y él... sólo piensa en su mujer, que en paz descanse -Amelia
miró a su superior a los ojos antes de continuar- Compréndalo: él ya estaba muy mal por haberla perdido, incluso antes de entrar en el Ministerio. Con
tantas puertas al pasado, no podía pasar página. Lo presentí: le avisé
varias veces, pero siempre me lo ocultaba. De verdad, ¿usted no lo había
previsto?
Salvador le dio la espalda y emprendió el camino de regreso.
- Oh, sí. Ya lo creo. Más de lo que usted se imagina.
- ¿Disculpe...?
El subsecretario recorrió los pasillos sin mirar atrás. No quería que Amelia le viera la cara.
- Todos tenemos muertos. No es el primer caso. Pero sólo había una manera de que él cerrase el tema.
- ¿Lo permitió usted a propósito? -se escandalizó ella-. ¿Para darle un escarmiento?
- Hubo un caso similar, hace años. Un agente veterano; ya estaba casi retirado. Y en un alto cargo.
- ¿Lo consiguió?
- No. Su mujer había fallecido
de un modo totalmente imprevisto. Era imposible anticipar lo que iba a
suceder, hasta que ocurrió. Sabía que ella iba a morir, pero sólo porque realmente había muerto. Si hubiera impedido la defunción, nunca se habría llegado a saber el momento y el lugar del accidente... y no
habría podido evitarlo. Salvarla habría creado una paradoja.
- ¿Así que no lo consiguió?
- Ahí está lo interesante.
Sabía cómo salvarla, y lo hizo. Y entonces se borró de su memoria lo que
recordaba sobre aquella muerte: se encontró en el mismo tiempo y lugar, pero esta vez sin saber nada, así que ella murió de nuevo. En su mente
se mezclaron las dos cosas. Su salvación y su muerte, repitiéndose indefinidamente. Hasta que
un compañero fue a buscarlo y lo sacó a rastras por la misma puerta.
- Y enloqueció, supongo.
- Él, no. La puerta, sí. Quedó
en bucle; está bloqueada en aquel día. Las dos opciones se repiten
eternamente, sin poder avanzar hacia ninguna. Es la puerta 58.
- ¿Y él...?
- Tuvo su castigo, créame. Lo
tuvo. Pero se reformó y volvió al trabajo. Así aprendió que no se puede
mejorar la Historia. Sólo impedir que empeore. Eso a él no le ayuda
mucho; pero sí a otras personas. Algo es algo.
Habían regresado al despacho de Salvador. Amelia cerró la puerta y miró a su superior con aire de reproche.
Habían regresado al despacho de Salvador. Amelia cerró la puerta y miró a su superior con aire de reproche.
- ¿Por qué no nos contó esto mucho antes?
- Porque contárselo a aquel agente no
sirvió de nada. Él tampoco era el primer caso: estaba avisado. Pero aun así, se aferraba a la posibilidad de que su resultado fuera diferente. Le dio por pensar que tal vez fuera una probabilidad remota, pero no nula.
Todos los que lo han intentado piensan eso.
El subsecretario tomó asiento tras su escritorio y fingió concentrarse en otros documentos.
- ¿Necesita algo más?
- No, gracias, señor. Debo retomar la investigación.
Salvador la despidió con cortesía y le deseó suerte. Una vez a solas, contempló con tristeza el retrato de su difunta esposa. En su mente, todavía se repetía aquel maldito día. Eternamente.
(CONTINUARÁ...)
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2 comentarios:
¡Bravo! ¡Qué bueno! :)
La piel de gallina, y gran homenaje a "El día del padre" de DW ;)
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